FUE UN INFATIGABLE DOCUMENTALISTA ARGENTINO Y UN HOMBRE QUE ABRAZÓ EL INDISCUTIBLE CARÁCTER REVOLUCIONARIO DEL CINE. AUTOR DE JOYAS COMO LA TIERRA QUEMA Y LOS TRAIDORES, FUE SECUESTRADO EN MAYO DE 1976 Y DESDE ENTONCES PERMANECE DESAPARECIDO. |
RAYMUNDO GLEYZER El 27 de mayo de 1976, Raymundo Gleyzer salía de hacer un trámite burocrático en el Sindicato de la Industria Cinematográfica (Sica), cuando una patota del Ejército le cayó encima y lo secuestró. Como faltó a una cita pactada para el día siguiente, amigos y familiares fueron hasta su departamento y encontraron todo roto y revuelto. La casa había sido saqueada: el grupo de tareas robó lo que les pareció valioso y huyeron. Desde entonces se supo muy poco de Raymundo, cineasta y militante del PRT/ERP. Se presentaron los hábeas corpus, se hicieron gestiones, pero no aparecía nada concreto. El 19 de mayo de 1976, Ernesto Sabato, Jorge Luis Borges, el sacerdote Leonardo Castellani y Horacio Ratti (presidente de la Sade) tuvieron su célebre almuerzo con el dictador Jorge Videla. Sólo Castellani se preocupó por un desaparecido, y le preguntó al genocida por la situación de Haroldo Conti, que poco antes había sido secuestrado. Distintas versiones aseguran que el sacerdote pudo ver a Conti, destrozado por la tortura, y que desde algún lugar llegó una voz que le gritó: “¡Padre, yo soy Raymundo Gleyzer! Dígale a mi familia que estoy bien…”. Pero no estaba “bien”. Estuvo en el campo de concentración conocido como El Vesubio, en donde, según algunos testimonios, lo torturan con ferocidad. Al director de cine lo dejaron ciego, pero no consiguieron nada. El domingo 20 de junio de 1976 lo trasladaron sin rumbo conocido. Desde entonces, nada se sabe de Raymundo. Como dijo Eduardo Galeano, había hecho películas imperdonables. Una carrera vertiginosa. Raymundo había nacido el 25 de septiembre de 1941. Se crió en el seno de una familia filocomunista de aquellas que creían que Perón era un nazi. Desde muy chico se hizo fotógrafo y pasó por la facultad de Ciencias Económicas, pero lo suyo era el cine: estudió en La Plata, hizo sus primeros cortos, participó en otros y un día, de golpe, se fue a Brasil y se puso a filmar en el nordeste, en las tierras de las ligas agrarias. Volvió con el cortometraje La tierra quema, que se llenó de premios. Después trabajó con el documentalista Jorge Prelorán. Y desató una carrera vertiginosa. Al mismo tiempo que llevaba adelante sus propios proyectos, comenzó a trabajar como camarógrafo en canales de televisión. En 1965 fue el primer periodista argentino que filmó en las islas Malvinas y, en 1969, el primero que envió imágenes desde Cuba. Realizó también documentales institucionales por encargo y cubrió diferentes rubros técnicos en numerosas realizaciones. Pero siempre se negó a hacer publicidad. En 1971, con la producción de un norteamericano progresista, William Susman, realizó el documental México, la revolución congelada, que fue premiado en varios festivales internacionales. En otro país, la repercusión internacional de México… hubiera significado la culminación de una carrera intensa y sorprendente. En la Argentina, en cambio, la película fue prohibida en 1971, por la dictadura del general Lanusse. Su inicial simpatía por el Partido Comunista argentino no tardó en evaporarse. Detestaba la burocracia, desconfiaba de los intelectuales de café y admiraba al Che. Quería hacer la Revolución y quería hacer buen cine. Se relacionó con el PRT/ERP y se convirtió en un cineasta militante. Poco después, con un grupo de compañeros, crearon el grupo Cine de la Base, que no era un área propia de la organización liderada por Santucho, pero adhería a su política. Realizaron algunos documentales firmados por el PRT/ERP como Comunicado Nº 2, dedicado al asalto del Banco Nacional de Desarrollo (Banade) en 1972; Comunicado Nº 5, sobre el secuestro del cónsul inglés Stanley Silvestre, que fue canjeado por alimentos repartidos en barrios populares, o Ni olvido ni perdón, que desmentía la versión oficial sobre la Masacre de Trelew. Cine de la Base filmó otros comunicados y testimonios que, hasta hoy, continúan perdidos. En 1973, dirigió Los traidores, un largometraje de ficción dedicado a la corrupción de las dirigencias sindicales. Se exhibió en forma más o menos clandestina, obtuvo buenos comentarios de los críticos referenciales del medio (como Homero Alsina Thevenet) y generó apasionadas polémicas estético-políticas tanto en el exterior como entre la militancia setentista. Como el film termina con la muerte del dirigente sindical corrupto, hubo quienes, de manera descabellada, interpretaron que la película proponía esa clase de soluciones a los problemas político-sindicales. Lógicamente, el film fue prohibido y perseguido: “Los traidores sigue siendo uno de los verdaderos casos extremos del cine mundial: muerte para su realizador, destierro para buena parte de los actores y técnicos involucrados, desgracia para quienes no pudieron irse, silencio y consecuente olvido para todo el conjunto”. Al año siguiente hicieron Me matan si no trabajo y si trabajo me matan, un documental con una estética a la vez innovadora y sólida que todavía hoy sorprende por su belleza y eficacia narrativa. Esta vez el tema del film eran los obreros que trabajaban en una fábrica de acumuladores para autos: los que no morían de saturnismo quedaban arruinados. Un huracán de ojos claros. Durante años su obra estuvo tan desaparecida como su cuerpo. Hasta que a principios de los ’90, Fernando Peña consiguió una copia deteriorada de Los traidores, la restauró y comenzó a exhibirla. Después, con Carlos Vallina, publicaron el hermoso libro El cine quema: Raymundo Gleyzer (Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 2000) de donde están tomadas las citas de esta nota. Ernesto Ardito y Vilma Molina hicieron el documental Raymundo (ver:http://www.filmraymundo.com.ar ). Vinieron entonces los ciclos, los homenajes y la recuperación de su obra para las nuevas generaciones, que nada sabían de él. Gleyzer era un hombre público, estaba expuesto y la dictadura andaba detrás de él. Después de una operación de columna, viajó a los Estados Unidos (en donde lo contrataron para hacer un par de films institucionales) y regresó a la Argentina. Lo secuestraron una semana después. Tenía apenas 35 años y una obra extensa. Como dijo Fernando Birri, su pensamiento “era tan transparente y tan clarividente como correspondía a sus ojos de agua, es decir, realmente veía bajo el agua”. Por Hernán Invernizzi Fuente: Miradas al sur Más información: http://sur.elargentino.com |
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"La Maldita Máquina de Matar" Pinchevsky/ Medina |
domingo, octubre 02, 2011
La Mirada Transparente
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