- Entre los cristales y el humo -
"País monárquico gobernado por un gigante. Los súbditos son enanos. El gigante y los enanos se llevan bastante bien. Aquel genera mucho trabajo porque quiere expandir su reino, y los enanos ganan buena plata y disfrutan mucho. Sin embargo, el rey tiene un problema muy grave: su apestoso aliento mortifica a la población. ¿Cómo es posible que un monarca tan poderoso tenga tanto miedo de que el mejor odontólogo del reino arregle su dentadura? Ésta es la crucial pregunta que comienza a formularse un grupito de súbditos que pasan a ser llamados los Insurgentes. Que, como cada vez que aparecen y empiezan a organizarse, se ponen bravos. Lo que estos Insurgentes planifican es nada menos que solicitar al soberano que se siente en el sillón del dentista y abra la boca. ¡Ni loco!, grita el mandamás luego de leer la respetuosa solicitud de sus gobernados que le hacen saber que cada vez que su alteza tose, o habla o bosteza, enferma a la población. Así que si el rey ignora lo que le piden, agregan y le anticipan, no habrá otro remedio que destronar a su majestad. En ese punto, el rey ofendidísimo manda eliminar a los Insurgentes. Pero como tal medida convulsiona a la sociedad, los médicos reales y el dentista, al fin unos pobres desocupados que se aburren muchísimo porque ni pueden tocar al rey, pasan a convertirse en sus consejeros. Consejeros que le aconsejan dejar de matar enanos, y seducirlos en lugar de derramar charcos de sangre por todo el reino. ¿Tienen la certeza de que esa es la solución?, quiere saber el gigante, y los sabios profesionales reiteran que ese método, al que echan mano los gobernantes de otros países, resultará sin duda el más adecuado. Hombre al fin, el pobre soberano, que concentra en su real figura un poder casi infinito, pero a quien sus problemas dentales impidieron tener esposa y descendientes, antes de enfrentar la agitación social y su posible caída, llama entonces a su escriba. Para que escriba lo que habrá de cumplirse sin dilaciones: 1. En cada barrio del reino deberá construirse una hermosa sala de juegos. 2. Cada diez cuadras se levantarán suntuosos centros comerciales en los que los súbditos podrán pasear y comer y comprar a su antojo, aunque luego deban pagar en cuotas.3. Se producirá, e incluso será importada, la
más sofisticada tecnología, y se le hará accesible a todos a fin de que los enanos se entretengan y se comuniquen desde todas partes y a todas horas. 4. La televisión transmitirá, las veinticuatro horas de cada día del año, programaciones que no compliquen las mentes de los enanos. En rigor, deberán ser entretenidos con espectáculos livianos y divertidos e intrascendentes; con muchísimo deporte, y con noticias impactantes que no descartarán generosas dosis de delitos y asesinatos (que se cometan en otras geografías, naturalmente) para que la población no se sienta privada de su debida cuota de sangre. Una vez implementadas tales medidas en tiempo récord, los Insurgentes deponen armas (o en verdad deponen sus petitorios) y todos pasan a disfrutar de una vida más gratificante y divertida que la anterior. Mientras tanto, el monarca continúa abriendo su boca y exhalando sobre el reino un tufo repugnante que encima carga bacterias de todo tipo. Pero gracias a aquellos consejos tan sabios de sus consejeros, más otros que le darán, él seguirá abriendo la boca y lanzando sus efluvios letales mientras los enanos sigan gozando. En cuanto a los que seguirán muriendo como mosquitos a causa del real aliento, mientras disfruten ninguno se hará problemas..."
ADA MANTINI (Dramaturga y escritora) Párrafo extraído de su última novela "Entre los cristales y el humo" Editorial Tierra del Fuego - Noviembre de 2010.
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