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"La Maldita Máquina de Matar" Pinchevsky/ Medina

viernes, octubre 14, 2011

Novela "Una rosa para Junior" - (12) -


Buenos Aires, febrero de 1995.

    El presidente abandonó la clínica en donde permaneciera, las últimas horas, sometido a un riguroso chequeo médico. Un exámen de rutina, según sus propias palabras.
    Lo hizo flanqueado de sus dos hijos, varios de sus colaboradores más cercanos, su séquito de custodios y un enjambre de periodistas y curiosos que se arremolinaron en torno suyo.
     Se lo veía radiante. Con una amplia sonrisa y su mano extendida hacia quienes pujaban por acercársele con intención de saludarlo, de darle ánimo o pedirle un autógrafo. De esa forma, el carismático mandatario, aventaba dudas y temores acerca de su actual estado de salud.
-         No sé de dónde sacaron eso… ya lo ven, estoy diez puntos. Nunca me sentí mejor… ¡pero no! Desmiéntalo. El presidente se halla en perfecto estado… por favor, no le busquemos la quinta pata al gato… Reitero: estoy muy bien, dispuesto a presentar batalla en las próximas elecciones. Mis adversarios no se van a librar tan fácilmente de mí – risas generalizadas – Adiós. Los amo a todos. – Subió al auto conducido por su propio hijo, seguido muy de cerca por colaboradores, custodios y una escolta motorizada de la policía federal que se adelantó para despejarle el camino haciendo sonar las sirenas.
    Junior iba solo en el asiento del conductor, mientras su padre hacía lo propio en el asiento trasero en compañía de su hija, su otro amor.
    Se sentía realmente bien. Distendido y cariñoso. Podría decirse que, en esos momentos, su felicidad era doble: la salud inmejorable y recompuestos, prácticamente, los vínculos familiares. Amaba profundamente a sus hijos y era consciente de que la política lo había alejado de ellos. No obstante, como cualquier mortal, fantaseaba con la idea de poder retirarse algún día de la vida política y recluirse en su provincia natal para pasar sus últimos años rodeados del afecto de los hijos y de los nietos que, sin duda, llegarían para ensanchar su felicidad.
    Sabía que el bien más preciado con que puede contar un hombre en la tierra era la bendición divina de los hijos. Pero él tenía dos hijos maravillosos y una obsesión: Ser reelecto para un segundo período presidencial. Era una cuestión de ego. Y entre quienes lo conocían y alentaban se especulaba con ello. Pues lo consideraban un ganador nato. Aunque se corriera el peligro de desvirtuar la realidad. Ciertas actitudes y extravagancias del primer mandatario lo sindicaban como un pragmático ávido de poder. Un vendedor de fantasías. Y ser ganador no siempre significaba ser un elegido. Entre una cosa y la otra existía una brecha infranqueable. Sus fuertes convicciones mesiánicas, sumadas a un entorno corrupto y ambicioso dibujaban, para exclusivo deleite del presidente, un horizonte pletórico de triunfos y liderazgo… Soñaban, planificaban un segundo… y hasta un tercer mandato. Y era indisimulable el profundo placer que esto le proporcionaba; tal vez mucho más que el amor prodigado a los hijos.
      El para muchos, hacedor del “milagro argentino”. El “judas” peronista, para otros; se prestaba al juego de los obsecuentes, genuflexos y chupaculos de turno que lo secundaban en la gesta. No obstante sus pretensiones chocaban contra otra realidad: El estigma de Perón y la resistencia de los militantes de base que lo sindicaban como un traidor vende patria. De haber pactado a espaldas del pueblo trabajador con los enemigos históricos del país. Entregado las riquezas a manos privadas. Y claudicar ante las exigencias del FMI y los Estados Unidos a favor de la elite oligarca.
     Un movimiento que reivindicaba la lucha de los caídos. Que se movilizaba al compás de los bombos y la marcha peronista, enarbolando la imagen del general y la de su inmortal compañera: la abanderada de los humildes. Es por eso que entrar en la historia grande de la Argentina y del mundo, desprendiéndose de la mística combativa del peronismo tenía su precio. Un precio demasiado grande que no muchos podían pagar.
Pero a él no le importaba. Su ambición desmedida y el puñado de sanguijuelas adineradas que lo secundaban apostaban fuerte. Y para ello era preciso desligarse totalmente de un pasado populista del que ahora renegaba. La patria morena, la sangre de Malvinas, la reivindicación de los caudillos, no se llevaban bien con esta nueva Argentina del primer mundo. los negocios y las finanzas; y por más empeño que le pusiera le resultaba imposible distanciarse de un pasado falaz, que le permitiera lanzarse a la quimera dorada y convertirse en el fundador de una nueva corriente nacional, con sus propias banderas, ya no las nostálgicas, como gustaba definirlo, que le quitaban brillo a su proyecto neo liberal.

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