Revolución es hacer cada día de nuestro pequeño espacio, un lugar digno de habitar
"La Maldita Máquina de Matar" Pinchevsky/ Medina

jueves, noviembre 24, 2011

Entrevista a Raúl Barbosa.


Soy un guaraní. Y no puedo cambiar. ¿Cómo voy a cambiar?



Suena exquisito. También delicado. Suena como esa música que estremece porque despierta nuevas respuestas y plantea nuevas preguntas. Como el arte, dirá él. Al que definirá como expresar, sin cáculo, lo que se siente. Entonces obligará a revisar varias ideas sobre el arte. Especialmente dos: la que lo circunscribe a algunas disciplinas y oficios. Y la que supone que es artista quien ejerce esos oficios, y no quien expresa sus sentimientos sin cálculo.
Como si fuera una carta de presentación, Raúl Barboza dice: “Fui criado como mi papá me hubiese criado en Curuzú-Cuatiá, como mi mamá lo hubiera hecho en Curuzú-Cuatiá. De la misma manera. Pero me crié en Bueno Aires, porque nací aquí. Entonces no podía hablar guaraní con los chicos de la escuela. Pero me crié en el ambiente de tango, de jazz, de la música popular del momento. Escuché todo eso. Y los amigos de mi papá eran en general correntinos o paraguayos, y cuando grabé mi primer chamamé, yo tenía 12 años, cuando fui a tocar por primera vez con un grupo lo hice con Damasio Ezquivel, de origen paraguayo, nacido aquí en Argentina. O sea que estuve ligado permanentemente al ambiente guaranítico. Y escuchaba hablar, y tengo una correcta pronunciación del guaraní. Mi idea siempre fue aprenderlo. Y qué pasó. Con los años, encontré maestros de guaraní acá. Y en Francia estudié francés con una francesa que habla guaraní correctamente como si fuera yo (creí que era argentina). Ella hizo la tesis de guaraní y sabe hablar el guaraní de Corrientes y el de Paraguay. Hay diferencias, sutiles, como las hay acá en Argentina. Cuando hablás con un cordobés es distinto. 

Con tanta correción académica casi se pierde el guaraní y toda la humanidad estaría escribiendo con la mano derecha. No es para borrar a la academia del mundo del saber, sólo para ubicarla a la par de otros saberes. Así que más que acomodar a Raúl Barboza a la lectura, hay que acomodarse a su forma de decir; dejarse llevar por un tono, un modo, un tempo, una cadencia, un vocabulario, una gramática construida a partir del guaraní y no del español. Y así descubrir. Descubrirse. Que poco más se puede hacer en este mundo. 

“Soy un guaraní. Y no puedo cambiar. ¿Cómo voy a cambiar? Por más que quiera, siempre va a quedar un pedazo enorme en mí, que en algún momento va a hacer decir a alguien: ah, pero éste es correntino, porque hay algo que queda siempre; es el espíritu, es la palabra, es la memoria, eso no se borra, no se va nunca. Uno puede adaptarse a la manera de vestir, a la manera de comer, o a las comidas, pero en el fondo sigue siendo eso que nació del vientre de la mamá, o lo que el espermatozoide de mi padre me dejó de su cultura. Y yo soy eso. Nunca renegué. Siempre dije que era guaraní. Me autodefino como un guaraní que nació en Buenos Aires. No soy porteño. Técnicamente lo soy, pero espiritualmente no. Porque no me manejo de la misma manera que un porteño: no hablo fuerte, no hablo rápido, no ando corriendo, digo gracias a todo momento, pido por favor. No es que no me gusta ser porteño: si vos sos porteño y te dicen que parecés correntino, no te va a gustar, jaja. No puedo decir que no me vaya a gustar, simplemente soy otra cosa, soy un guaraní nacido en Buenos Aires. Por lo tanto puedo tocar un tango, un chamamé. Me crié con músicos maravillosos, escuchando a Domingo Cura, Hugo Díaz, Roberto Grela, (Aníbal) Troilo, (Astor) Piazzolla, a (Tránsito) Cocomarola. Tal vez podría haber escuchado otra música, pero no desprecio nada. Aprendí a que no tengo el derecho de despreciar lo que el Creador ama. Nuestro Creador espiritual, el hacedor de la vida, ama incluso al tipo más malo de la Tierra. Yo no lo puedo odiar. Puedo evitar encontrarme con él.” 

Alguien le pasa un número de teléfono, y lo retiene inmediatamente. “Lo que pasa es que todo lo que aprendí lo aprendí por tradición oral. Salvo cuando fui a la escuela a aprender a leer y escribir. A mí cuando me dan una partitura, digo: tocala, entonces la miro. Como no aprendí leyendo, cada nota comienza a tomar vida cuando la escucho. Después le pongo colores. Si me dan una partitura la tengo que escribir en el ordenador y me pierdo tres, cuatro horas. Los chicos no, dicen dame la partitura, y la tocan. Es una gran cosa. 

-¿Y usted de dónde sacó su sonido? 

-Para mí la música es el reflejo de la persona que lo toca. Por lo tanto cuando una persona cree que se es bueno cuando puede agregar una nota más que el que tocó anteriormente, y cree que es músico porque hace una nota o dos más, tiene un error. Está el músico y el artista. El músico que sabe mover bien sus dedos, tiene la métrica, sabe el ritmo, pero por una cuestión de la sociedad en la que vive, lo que gana como músico no le alcanza para vivir. A lo mejor es músico de tango, y tiene que trabajar en cuatro o cinco boliches acompañando a distintas cantantes; o si está toda una noche acompañando a muchos cantantes tocando el mismo tema, lo tiene que hacer en distintos tomos, porque una mujer no canta en la misma tonalidad que un barítono y un barítono no canta en la misma que un tenor. Y uno tiene que aprender a acomodar las manos. Ese músico hace su tarea con amor porque no quiere hacer otra cosa, quiere ser músico pero no tiene la posibilidad de progreso, porque la sociedad nuestra cuando decís soy músico, te dice: sí, pero de qué trabaja. Y está el otro que hace cualquier trabajo porque ama lo que hace, y porque no quiere que lo que hace sirva solamente para comer. Su trabajo, su manera de tocar, y lo que entre a su bolsillo, tiene que ser el resultado de ese trabajo, de su realidad. Y ese es el artista. Que no sale corriendo, deja el violín y se pone a tocar chacareras, y sale de ahí y se pone a tocar música judía, y al quinto mes trabajó en la música judía, tocando tango, chamamé, chacarera; como sabe tocar la guitarra también toca la guitarra en algún grupo de jazz, porque está obligado. En mi caso, sin querer decir por eso que soy mejor que otro, he hecho otros trabajos (fuera de la música) porque no quería ser lo que me pedían que hiciera. Me ofrecieron mucho dinero para tener grupos ficticios solamente para grabar; generalmente para tocar canciones regionales: chamamé bailable y chamamé bien popular. Vos vas a ganar mucho dinero y vas a poder mantener el Raulito Barboza que no vende, me decían. Entonces me fui a vivir a otro lado. Me fui a Brasil. 

-¿A qué creía que renunciaba si aceptaba esa propuesta? 

-No quise dejar de mostrar mis sentimientos. Mis verdaderos sentimientos. Porque lo otro era algo que tenía que hacer para ganar plata, me iba a poner en la cabeza que era un tipo calculador, y el arte no calcula. El arte es la manifestación de tu propio interior. Cuando uno ama a una mujer, no está calculando si te gusta porque tiene más pecho, menos pecho, más cola, menos cola. Te enamoraste de ese ente, de esa entidad, de ese ser. A alguno le va a parecer fiera, otro va a decir: qué bárbara, cómo hiciste. Cuando ponés en juego tus sentimientos no hay dinero que te compre. Uno calcula el costo de una estadía, que para comprar un euro necesito seis pesos y así saber cuánto va a necesitar para un pasaje y una estadía, pero el arte, no. No estoy calculando lo que hablo contigo. Lo que hablo contigo es intentar que mi palabra refleje mi verdad. Entonces hablo lento para darme el tiempo y que no te quede la duda de lo que digo. No soy diferente de nadie. El hombre blanco tiene un ser querido que falleció, y qué dice: murió; el guaraní, cuando se encuentra con ese evento natural, dice: se le fue la palabra. Porque solamente algo que está vivo tiene palabra. No dice desapareció. Quedó algo que ya no es alguien, es eso, era alguien; no tiene la palabra, entonces ya no está. Entonces la muerte no es la muerte. Todo lo que te digo no lo aprendí en ninguna escuela, no soy un gran lector, pero sí escuché mucho lo que decían los ancianos. En las comunidades aborígenes se respeta a la anciana y al anciano, se los deja hablar, lo mismo que al niño: y eso lo que enseña es que cuando sea grande tiene que saber escuchar. Todas esas cosas las tengo incorporadas. Simplemente soy un guaraní, y vos estás hablando con mi guaraní y trato, en mi manera de pensar, de ser claro contigo. Y lo primero que intento que sepas es que estoy frente a alguien muy importante. Vos sos muy importante, porque sos una vida, un ser humano, tenés sentimientos, amores, sensibilidad; y un ser humano merece ser amado. Por eso te trato con la consideración que merecés ser tratado; todo el mundo. Y esta es mi humilde manera de pensar, de ver las cosas, de imaginarlas. 

Acaso para reflejar el momento de la entrevista habría que hacer uso de lo que en literatura se llama espacio activo: ese espacio en blanco que queda entre dos párrafos, que no separa capítulos, más bien un tiempo, un estado, una atmósfera, de otra. Pero el lector de periodismo, con toda razón, supondría un error gráfico o de edición. Así que sí: fue necesario un espacio activo que consistió en un mirarse a los ojos por algunos segundos, cosa de que las partes entendieran que se habían entendido. 

-Cuando el artista consigue expresar sus sentimientos, ¿importa dónde esté físicamente?; ¿en su caso es lo mismo haberlo hecho en Argentina, Brasil, Francia? 

-Cuando salí de acá, que andaba con gente de Buenos Aires, era muy importante el lugar donde ibas a tocar; por ejemplo: no, ahí no, ahí va gente de otra cultura. Yo pensaba que eso era la verdad. Mi mamá me enseñó que cuando vaya a un lugar, nunca me siente en la primer fila, porque puede venir alguien y decirte que está reservado; sentate siempre bien atrás, porque también puede venir alguien y decirte: señor, éste no es su lugar, le hemos reservado adelante. Y es así como se aprende a vivir. No mostrándose. Porque cuando uno tiene suficiente luz -es una manera de decir- la gente te ve igual. El resultado es tu trabajo, tu sonrisa, tu manera de mirar, tu saber escuchar. He andado mucho. Cuando en Europa empecé a tocar chamamé pensé que no me iba a escuchar nadie, porque acá en Argentina hoy todavía nos preguntan: ¿usted vive tocando eso? Eso. ¿Y qué siente la gente? Lo mismo que siente en la Argentina cuando viene alguien como Paco De Lucía, por ejemplo, que es una música que acá no se escucha. ¿Por qué no puede pasar eso con el chamamé? Cuando un hombre de Corrientes tiene que ir a un país, a dónde tiene que ir primero, a Buenos Aires. Y te puedo asegurar que un hombre que viene de la provincia acá no es fácil: tenés que hacer cola, no te conocen; allá todos se conocen, un pueblito. Y no te tratan bien. Y te vas allá, y tenés un pasaporte argentino. En algunos lugares tenés que llevar visa. Por eso nunca lo cambié al pasaporte. Prefiero hacer cola para que me den visa para entrar, pero no entrar con pasaporte ajeno. Es así porque amo lo mío, nunca impuse mi manera de hablar, de pensar, ni mi manera de tocar pienso jamás que es la mejor, sé que es diferente, y que esa diferencia me creó inconvenientes. Pero bienvenido sean esos inconvenientes si te permiten crecer. 

-Dice que la música nace del espíritu más que de la técnica. ¿En cada presentación consigue que su espíritu brote? 

-Nunca sé si lo consigo. Lo que sí sé es que siempre toco de la misma manera y con la misma expectativa. No sé el resultado antes de bajar, pero cuando bajo, en muchas oportunidades, siento en mucha gente emoción. Cuando era muchacho, pensaba que no me entendían. Y tenían razón, porque yo tampoco los entendía. Con el tiempo intenté dejar de ser yo para tratar de fundirme en un nosotros. Cuando pude lograr que abrazar a un hombre que a lo mejor no se baña porque no tiene, no porque no quiere, y no me importa, entonces me di cuenta de que era hermano del hombre. Y me va fenómeno, entonces no tengo dificultades con nadie. No hay odio en mi espíritu. Eso se aprende. Y todos los días hay que decirse a uno mismo: doy gracias a la vida. He vivido más de siete décadas, puedo llevar mi acordeón, camino, discierno, tengo memoria, toco sin partitura. ¿De qué me quejo? Mi papá me decía: nunca pidas limosna, y mi papá tenía cuatro trabajos. Un día lo encontré lustrando zapatos en el puente Saavedra. Y lo veo. Y me llama vení, vení, lo más campante. Tenía 17 años. Y me dice: todavía no me pagaron el sueldo. Pero tranquilo, sin ninguna bandera, sin improperio contra alguien; precisaba plata y fue a buscar plata, no fue a romper ningún vidrio, se sentó a lustrar zapatos. Y fue por eso que dejé la escuela y me metí en la Prefectura Marítima. Y a partir de ese momento pudimos comprar una heladera, un ventilador. Yo lo vi a mi padre lustrar zapatos. 
Por Jorge Belaunzarán
Fuente Asterisco*

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