Revolución es hacer cada día de nuestro pequeño espacio, un lugar digno de habitar
"La Maldita Máquina de Matar" Pinchevsky/ Medina

miércoles, noviembre 09, 2011

Novela "Una rosa para Junior" - (20) -


En algún lugar del Delta, marzo de 1995.


     El cargamento esperado había sido recibido la noche anterior procedente del Paraguay disimulado en las bodegas de un buque arenero, el cual había sido interceptado a la altura de la ciudad de San Pedro por la banda liderada por un sujeto al que apodaban El Ángel. Rápidamente, y amparados por la oscuridad de la noche, traspasaron las cajas ocultas en el arenero a una lujosa lancha de gran porte. Las mismas contenían armas y municiones.
     Ahora, el ex agente, probaba la efectividad de los letales M-16 de fabricación americana, rezago de la guerra del Golfo que tenían como próximo destino el sangriento conflicto generado en la región de Los Balcanes, más precisamente en lo que fuera la república de Checoslovaquia.
      El corpulento hombre de ojos azules, piel sanguínea y cabellos rubios rapados, hacía galas de sus vastos conocimientos en la materia. Él mismo era el encargado de verificar y rotular el buen funcionamiento de cada arma. Tiro a tiro o en ráfagas tan cortas como precisas, iba anotando sus impresiones en las etiquetas que uno de sus colaboradores adhería al caño de cada fusil. De esa manera, cada uno de los M-16 fue pasando por las manos del meticuloso personaje. Probados, registrados y vueltos a embalar. Cada etiqueta con su firma era un certificado de calidad. Cien por ciento de seguridad para los futuros destinatarios. El mercenario avalaba la transacción con una extensa trayectoria especializada en todo tipo de trabajos relacionadas con armas de fuego. Experiencia adquirida durante los luctuosos años del proceso militar, en donde adquirió su fama de frío e implacable como agente de inteligencia especializado en realizar el trabajo sucio. Un odio visceral hacia todo lo relacionado con el comunismo y el judaísmo, así como su manifiesta ideología nazi, le hicieron ganar una excelente reputación entre los jerarcas del Proceso.
     El advenimiento de la democracia no le quitó mérito a sus funciones. Siempre dispuesto a ser fiel a sus convicciones, le daba igual asaltar bancos, camiones recaudadores, realizar secuestros extorsivos por encargo, ajustes de cuentas, asesinatos, tráfico de armas, de drogas, o cualquier cuestión que lo mantuviese en actividad. Y las cosas no le iban tan mal. Jamás había ganado tanto dinero como en el periodo democrático. Ni siquiera con la parte del botín de guerra producto de racias u operaciones comando. Aunque le costaba admitirlo en público, le gustaba tanto la democracia como despreciaba a sus representantes. Y había aprendido a convivir con ello a cambio de grandes sumas de dinero.
     Últimamente estaba abarrotado de trabajo. Curiosamente los dos últimos habían sido por encargo del turco Amed. El primero había sido el traslado de las armas y el segundo requería en brindar apoyo logístico y equipo a un sicario musulmán del que desconocía absolutamente todo.
      Por esto último ya se habían acordado las condiciones de pago. Como era su costumbre el cincuenta por ciento por adelantado y el resto depositado en una cuenta bancaria de un banco a convenir de Punta del Este al finalizar. En caso de no colmar las expectativas de su cliente, el singular individuo, devolvía el dinero cobrado como anticipo más una suma compensatoria.
       Concentrado plenamente en la tarea de supervisar el envío, El Ángel, ajustaba la mira infrarroja adosada al fusil. Caía la tarde sobre el improvisado refugio que reunía todas las condiciones para la práctica del tiro.
    La espesa vegetación circundaba al galpón de chapas y maderas elevado sobre pilotes que oficiaba de aguantadero para la banda. Infinidad de álamos y sauces hacían las veces de un techo natural. Un enmarañado entramado de ramas y hojas curvándose en las alturas como la bóveda de una catedral, lo ocultaban todo. Rodeado por riachos y arroyos de aguas barrosas, resultaba prácticamente imposible acceder a la recóndita porción de tierra sin la ayuda de algún baqueano de la zona. Un pequeño muelle de troncos oscuros servía como amarradero de los gomones que se bamboleaban perezosamente sobre un lecho de lodo marrón.
      Los disparos retumbaron como una música familiar en sus oídos acostumbrados al estampido de un arma de fuego pesada. El ojo avizor fijo en el blanco elegido, el dedo firme y presto sobre el gatillo, la respiración contenida y el corazón acelerado. Seguido de una explosión seca y el cimbronazo en el hombro. Inmediatamente después algo se quiebra a la distancia. Se rompe, se astilla en mil pedazos. Y ese característico olor a pólvora quemada impregnado sus dilatadas fosas nasales. Luego la relajación de los músculos y el sabor gratificante de la adrenalina que paladea como si fuera un dulce en una perfecta conjunción de lo que sería una máquina-hombre u hombre-máquina… unidos para el crimen.
      Uno de sus secuaces llegó a la carrera con un teléfono en mano.
-         ¡Ángel!... es para vos…
-         ¿Quién carajo es? – respondió indignado por la interrupción.
-         ¡qué se yo!... Una mina. Muy bien no se le entiende… Una tal Rosa, o la negra Rosa… ¿qué le digo?
-         ¡A ver boludo, traé para acá!... ¿Qué te pensás? ¿Qué está laburando en una telenovela? Seguí así que a lo mejor te contratan para actuar en “rosa de lejos”… El Ángel dejó de lado el fusil y asió el aparato. Del otro lado una voz con acento castizo se dio a conocer.
-         Hola, sí… soy La Rosa… Amed me dio su número. Se me dijo que usted podría aportar todo lo que pueda necesitar…
-         Exacto. He sido contratado para ello. Debo confesar que me sorprende oír la voz de una mujer… por lo general este tipo de trabajo lo realizan hombres…
-         Puede que así sea. Pero eso a usted no le concierne. Si es tan amable, quisiera que me dijera cuando nos podríamos encontrar. Me encuentro alojada en el hotel Hyatt…
    El mercenario tomó nota. Hombre de acción al fin, no pudo evitar cierta molestia en su fibra machista, producto de la voz, extremadamente dura de aquella mujer. Desde un primer momento creyó que tendría que tratar con un sicario con pelotas y no, como acababa de descubrir, con ovarios. De todos modos, y como se lo había recalcado la mujer, ello a él no debería competerle. Concluida la conversación, El Ángel, volvió al improvisado polígono. A sus armas y al olor a pólvora. Sin embargo le costó olvidarse de aquella voz fácilmente. Como pocas veces sintió irrefrenables deseos de tenerla cara a cara. Incrementaba sus fantasías el hecho de conocer la fisonomía de un asesino con curvas de mujer.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario