Revolución es hacer cada día de nuestro pequeño espacio, un lugar digno de habitar
"La Maldita Máquina de Matar" Pinchevsky/ Medina

lunes, noviembre 14, 2011

Novela "Una rosa para Junior" - (22) -



     El elegante piso de Darío los acogió. Lo de la Amia resultó ser una experiencia demasiado fuerte para ambos. Visiblemente emocionada, Divah, se dejó conducir hasta el dormitorio. La excusa de beber un café en un lugar tranquilo fue el burdo pretexto llevado a la práctica por el hombre. Pero la actuación de la libanesa podría haber engañado hasta al más experimentado agente israelí. La prodigiosa simulación llevada a cabo por la hábil asesina fue el aditamento final para despejar cualquier vestigio de duda en la mente del empresario.
     De esa manera la pelirroja cumplió a la perfección su rol de muchacha compungida hasta el borde mismo de la cama, en donde los cuerpos se entregaron y las lenguas inquietas y peregrinas dieron paso a las caricias y al sexo desenfrenado hasta llegar al punto en que la parte pasiva pasó a tomar la iniciativa. Darío nunca antes había experimentado algo semejante. Desnudo y boca abajo, maniatado de pies y manos, se entregó al juego propuesto por la pelirroja. Aquella faceta desconocida de su sexualidad lo sorprendió. El dolor fue cediendo para darle lugar al placer. El estupor inicial se transformó en grata complacencia. Y si bien en un primer momento había sido sólo un dedo y después la lengua la que hurgueteaba en su esfínter, ahora no tenía una idea cabal de lo que podía ser aquello que iba y venía dentro suyo a un ritmo furibundo. Lo cierto era que el objeto duro y helado lo elevaba de la tierra sobredimensionando las sensaciones.
    Alcanzado el orgasmo cósmico de su amante, la bella pelirroja desalojó el largo cuello de la botella de la ceñida vaina que lo contenía y caminó con ella hasta la pequeña cocina en busca de un sacacorchos. Luego de descorcharla y de sorber un trago retornó al dormitorio para volcar el resto del espeso borgoña en la espalda del turbado empresario que se revolvió de placer. Con inusitada frialdad, la mujer aflojó las ataduras que lo sujetaban contra el colchón y sin mediar palabra abandonó el departamento.

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