Revolución es hacer cada día de nuestro pequeño espacio, un lugar digno de habitar
"La Maldita Máquina de Matar" Pinchevsky/ Medina

sábado, enero 14, 2012

Crisis, ¿qué crisis?


¡ALQUILO mi vida!

Newsweek /
¿Conseguir un empleo? Hay una manera mucho más rápida de ganar dinero cuando la economía está arruinada.

por Rob Baedeker - fotograías de Jake Stangel

Hay una mujer extraña en nuestra bañera. Ella y su novio llegaron anoche ya tarde y ella se coló en nuestro baño, que linda con la oficina donde mi esposa, Laura, y yo trabajamos. Podemos oírla usar el hilo dental.
"¿Ya los conociste?", susurra Laura. "¿Son agradables?". No sé si son agradables, pero ¿realmente importa? ¡Están pagando US$ 135 por quedarse con nosotros! Mientras tanto, espero a una enfermera para que me devuelva la lijadora eléctrica. Ella me pagó US$ 4 por alquilársela por un día y dijo que volvería a la mañana.
También tengo otros negocios en marcha: US$ 5 por alquilar mi bicicleta de 4 años de antigüedad; US$ 150 por el alquiler durante toda una semana de nuestro auto. Estoy alquilando mi vieja guitarra por US$ 50 al mes.
Esto es increíble. El hecho de que perfectos extraños estén dispuestos a pagarme por alquilar mis pertenencias —el hecho de que pueda hacer dinero con cosas que de todas formas no usaba— es un descubrimiento enorme a la par de la penicilina, la segunda ley de la termodinámica o la cobija con mangas.
¿Ya dije que estoy haciendo dinero al alquilar cosas que de todas formas no usaba? ¿Y que puedo seguir sacándoles partido, una y otra vez, a los mismos objetos? Por ejemplo, la terraza y nuestra parrilla. Cobro a un grupo de personas US$ 18 para usarlas cuando ni siquiera estoy en casa, me voy a ver con alguien que alquila a nuestra perra por US$ 3 la hora.
Califíqueme como un empresario del alquiler, uno entre las filas crecientes de estadounidenses que, en una economía posterior a los excesos, están descubriendo maneras creativas de ganar dinero rápidamente. El movimiento es impulsado por un montón de empresarios incipientes que atienden lo que algunos llaman "consumo colaborador". Ahora hay sitios para la gente que quiere alquilar sus autos, sofás, servicios personales o disfraces de dinosaurio. Para los arrendatarios, los sitios ofrecen bienes y servicios a precios de gangas relativas (las tarifas semanales por el alquiler de un auto donde yo vivo, en Berkeley, California, pueden ser del doble de lo que yo cobré). Son una oportunidad de evitar al EE. UU. corporativo en una época en la que el EE. UU. corporativo está en capilla. ¿Por qué soportar las largas esperas, los altos precios y el personal maleducado en el mostrador de su gran tienda de alquiler de herramientas cuando se puede tener la lijadora eléctrica de cualquiera por una bicoca e irse a casa con una sonrisa?
También hay una virtud en este negocio: un cambio posterior a la recesión de una sociedad que tiraba las cosas a una nueva economía de reuso. Mis clientes podrán ser parte del 99 por ciento, pero no están quebrados ni desempleados. Lo mismo se aplica para mis colegas. Pero después de atestiguar la caída de un frenesí de consumo evidente que duró medio siglo, toda una generación
—la mía— está reexaminando la máxima, hacía tiempo olvidada, de "no desperdiciar", ejemplificada por el ahorro hasta de un paquete de azúcar de nuestros abuelos. Casi puedo oír a mi abuelita, endurecida por la Depresión, hablándome desde la tumba: "Tenés toda esa basura ahí tirada, hombre, ¡sacale provecho!".
Y el dinero me viene muy bien. Mi esposa y yo, ambos escritores y editores, tenemos un ingreso decente por ahora, pero ¿por qué no hacernos de un dinerito extra que añadir a lo ahorrado para la universidad de nuestra hija, o un tiburón de control remoto para la piscina? (Siempre podré recuperar el dinero mediante el alquiler del tiburón después).
Empiezo mi experimento con nuestra posesión más preciada: una vieja casa rodante para acampar que estacionamos en el patio contiguo a nuestro bungaló (alquilado) de tres habitaciones. Allí hay muchos recuerdos y mucho potencial de ingresos. Creo una cuenta en la compañía Airbnb.com, empresa con oficinas en San Francisco que conecta a viajeros con anfitriones. Cotizo nuestra casa rodante en US$ 45 la noche.
Casi de inmediato me llega una solicitud de un usuario llamado "Lee N.". Su foto muestra a un hombre delgado de cuarenta y tantos años, barba chivita y esas gafas que se oscurecen cuando hay sol. En nuestro intercambio de mensajes, "Lee" firma con el nombre "Ron". Lo llamo. "¿Es Ron o Lee?".
"¡Oh! Mi nombre es Ronald Lee", dice él. "Respondo a ambos".
Es un hecho conocido que todos los asesinos seriales tienen tres nombres, y Lee es el segundo nombre más común. Pero después de algunos minutos hablando con Ron/Lee, siento buena vibra.
Sin embargo, para cuando Ron/Lee y yo hablamos, ya recibí otra oferta de un tipo llamado Etan B., quien tiene tres calificaciones positivas y cuyo perfil dice que le "¡gustan los lanzamientos tecnológicos y la comida!". Acepto la oferta de Etan, y apunto US$ 184 en la columna de "más" (Airbnb toma un 3 por ciento y me envía un cheque por correo). Como igual quiero mantener a Ron/Lee, le pregunto si le interesaría dormir en un colchón de aire en nuestra oficina por una tarifa especial. Él ofrece US$ 25 la noche por cuatro noches, lo cual lleva mi ingreso total por alquileres a US$ 284.
Luego me acuerdo de que no tenemos un colchón de aire: mi esposa lo regaló cuando compramos la casa rodante. Así que le pido prestado uno a mi amigo John. Él no pregunta por qué lo necesito, y yo no le digo (¿es ético alquilar un colchón que me prestó un amigo? Por US$ 100, estoy dispuesto a posponer la pregunta).
Ron/Lee arriba la noche del jueves. Antes de llegar a la puerta su brazo está extendido con cinco billetes de US$ 20 en la mano, como una supercooperativa víctima de robo. En la vida real, a Ron/Lee se lo ve mucho más joven que en su foto (tiene 35 años). Está en la ciudad para asistir a un campamento de programación informática. Usa esos zapatos de neopren de cinco dedos y se describe como el "tipo de neo-hippie extraño". Pero resulta que no es extraño, ¡sino muy agradable! Un par de días después, luego de que Ron/Lee haya traído a mi hija algunos stickers de robots de su campamento, mi esposa se pondrá la mano en el corazón y me dirá: "¡Es tan dulce...!".
Ron/Lee está fuera de nuestra casa durante la mayoría de su estadía, muy metido en lo que él llama un "sprint de codificación", pero cuando lo vemos, es cortés, inteligente y amable.
Etan llega un día después que Ron/Lee. También es un huésped modelo. Acaba de mudarse aquí para trabajar como representante de servicios al cliente… ¡de Airbnb! (la compañía crece rápidamente. El año pasado por estas fechas tenía 18 empleados; ahora son más de 200). Etan ya empezó en su trabajo, en el turno de 1 PM a 10 PM. Rara vez lo vemos, pero deja yogures griegos en nuestra heladera y nos dice que nos sirvamos de ellos, lo cual hago, compartiendo un Chobani sabor mora azul con mi hija.
Una vez que alquilás un espacio extra en tu casa, todo te empieza a parecer una gallina de los huevos de oro latente. Pongo más de mis cosas en alquiler en Craigslist (dos equivalentes en la Argentina son Mercado Libre y De remate) y en algunos sitios más de este tipo. Publico el carrito rojo de mi hija, la licuadora Vitamix de mi esposa y la bordeadora de mi casero (el
código moral que sigo con estos artículos —que técnicamente
no son "míos"— es "ojos que no ven, corazón que no siente").
Pongo un volante en nuestro vecindario con el encabezado "¿Necesita una bordeadora?" y luego una lista de mis herramientas y otros artículos en alquiler. También anuncio mis servicios disponibles vía correo electrónico, Twitter, Facebook y una entrada de blog. Algunas cosas en las que soy bueno: escuchar, hacer compañía a las personas viejas, y coaching de vida.
Una mujer me envía un e-mail para decirme que odia enviar paquetes por correo. "Pagaría una fortuna", escribe, por que alguien se lo hiciera. Acordamos una tarifa de US$ 20 por enviar dos cajas. Esa noche alquilo mi auto por US$ 150 a una mujer que vive en Francia pero viene a San Francisco para una muestra de arte. Su nombre es Hillary, y me explica que preferiría alquilar un auto de un individuo antes que a través de una compañía.
Una noche, mientras tomo vino y navego por Internet, una llave gira en la puerta y entra Ron/Lee. Se sienta para sacarse los zapatos y hablamos de cómo estuvo su día. Después de irme a la cama, lo oigo tocar mi guitarra, lo cual me da una idea. Encuentro a una mujer llamada Rachel que quiere alquilar mi guitarra para su marido, Josh. Aunque Josh tiene un buen ingreso en gestión de inversiones, Rachel piensa que sería más prudente alquilar una guitarra por dos semanas para ver si él es serio respecto a lo de tocar antes de gastar plata en un instrumento nuevo. Acordamos
US$ 25 por medio mes, y paso a dejarla a su casa.
menciono a mi esposa que puse su licuadora Vitamix nueva en alquiler. No le causa gracia. Me disculpo, pero dejo el anuncio en línea.
Entonces tengo una epifanía: he pasado por alto uno de nuestros
bienes más rentables, el cual está ocioso bajo nuestras narices:
nuestra border collie, Clementine. Seguro que hay un amante de
los perros que no puede darse el lujo del compromiso de tiempo completo (¿o que tiene prohibido poseer uno por algún tipo de orden judicial?).

No hay comentarios.:

Publicar un comentario