EL MUNDO › OPINION Por Gabriel Guralnik
20 de enero de 1942. Wansee, un elegante suburbio cerca de Berlín. Allí se reúne un grupo de jerarcas nazis, vinculados al “problema judío”. Los convoca Heydrich, segundo al mando de las SS. Objetivos: 1) comunicar a los presentes que el exterminio de todos los judíos europeos está decidido; 2): anunciar que las SS tendrán a cargo el genocidio.
La conferencia dura 88 minutos. Heydrich informa que la “misión” es trasladar al Este a todos los judíos europeos, que pueden –afirma– llegar a 11 millones. Según él, la orden es de Göring. Algo improbable, pues Heydrich sólo reporta a su jefe, Himmler. Y éste sólo reporta a Hitler.
Ya hubo matanzas brutales contra los judíos. Sobre todo, en la URSS invadida. Tal vez cientos de miles fueron masacrados en 1941. A tiros. A golpes. Rumanos, lituanos y croatas compiten con los nazis en ferocidad. En Babi-Yar, 33.000 judíos son baleados en dos días. Himmler se opone a ese método. Porque es lento.
Están documentadas, en Wansee, unas pocas reacciones contra el genocidio. Hay críticas, legales y económicas. Nadie piensa en los judíos como personas. Pero unos pocos objetan el plan de Heydrich (que sigue órdenes de Himmler). No por mucho tiempo. Al final, el acuerdo es unánime.
Bajo el fondo siniestro de Wansee se juega, también, el poder. Himmler centralizará en las SS todo el poder antijudío. Su vasallo, Heydrich, se ocupará de materializarlo. Por eso, las SS figuran como máximas responsables de la Shoá. Sin que con eso el resto quede libre de culpa. Con Hitler a la cabeza.
Wansee fue el punto de inflexión. El principio del fin. A partir de Wansee, una campaña implacable se montó al servicio de asesinar seis millones de judíos. El número no fue mayor sólo porque las SS no tuvieron más tiempo. Grandes empresas obtuvieron grandes beneficios. Como siempre. La gigante química IG Farben. Dehomag, la filial alemana de IBM. Por dar sólo dos ejemplos.
El héroe polaco Klaus Kreiski reunió pruebas del genocidio. Se jugó la vida, una y otra vez. Llevó las pruebas a los gobiernos británico y norteamericano. No le prestaron atención. “¿Cómo podíamos saber?”, dirían en 1945. Pero los líderes aliados “sabían”, incluso más que los alemanes de a pie. Y no movieron un dedo. Hubo salvadores al más alto nivel en Dinamarca. Individuales en Polonia. Resistencia, activa o pasiva, en las pronazis Italia, Bulgaria y Hungría. Pero los gobiernos de los EE.UU. y Gran Bretaña no hicieron nada. Qué gran error sería olvidarlo.
Heydrich delegó la “misión” en un burócrata de las SS. Un organizador nato, llamado Adolf Eichmann. Fue él quien confesó, cuando fue juzgado, que la palabra “exterminio” fue usada, explícitamente, en Wansee. Aunque no haya figurado en las actas de la conferencia. Ningún dirigente nazi salió de esa reunión sin saber que comenzaba un horror sin precedentes. Un genocidio tecnológico. “Frío y científico”, como anunciara Hitler en su libro Mi Lucha (1924). Ninguno salió de Wansee sin saber que había asistido a la Conferencia de la Muerte.
* Doctor en Psicología. Su trabajo de tesis fue Psicología del autoritarismo en la Alemania Nazi.
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