Revolución es hacer cada día de nuestro pequeño espacio, un lugar digno de habitar
"La Maldita Máquina de Matar" Pinchevsky/ Medina

viernes, febrero 24, 2012

Aspiraciones artísticas




De sobra sabe que suelo darme un paseito por ARCO, casi siempre en compañía de Federico y, alguna vez, con Óscar Ladoire. Más que nada, lo hacemos por poner las retinas al día de “por dónde va el arte”, aunque luego me traiga en la memoria dos o tres piezas de alborotarme el corazón. Y mientras ese prodigio sucede, visitamos elstand de nuestra amiga Marta Cervera, nos tomamos una cañita con su marido, Agustín Cerezales, y hasta nos encontramos con algún conocido de esos que se perdió por los calendarios; en fin, que suele resultar una jornada tan encantadora como edificante. Sólo que este año nos incluyó a capón a una tía segunda suya, registradora de la propiedad. 
Y aunque nos previniera con aquello de que “es una estrafalaria inaguantable”, se quedó muy corta con lo que Federico y servidor nos encontraríamos a las diez y diez de la mañana bajo un peinado de erizo asustado: a una momia de la XVIII Dinastía embutida en un mono pantera de Java, sobre unos zapatos de cocodrilo en trance psicodélico y envuelta en un astracán de la Guerra del 14. De lo que ya no puedo darles cuenta es de su ropa interior, pero me figuro que sería semejante a un neón de Las Vegas; en cambio, sí puedo relatarles que cuatro horas después habíamos revuelto hasta los fondos unos cuarenta stands sin dar con ese “detallito” que necesitaba para el rincón del salón. 
Federico estaba a punto de morderle la yugular y servidor, simplemente, de sacudirle una estrepitosa bofetada, cuando se nos plantó delante un oriental esmirriadín y lambrijo, y en un pésimo inglés, le hizo tal proposición que su faraónica sombra de ojos casi salta en cachitos. Según Federico, consistía en una invitación a una performance, pero yo sólo recuerdo que una de sus uñas verdes purpurina nos indicó la cafetería, mientras ella seguía entusiasmada al chinito hasta el almacén del stand.
Cuando regresamos, un enjambre de fotógrafos rodeaba el taburete de neón rojo desde donde, cubierta apenas con cuatro o cinco serpentines luminosos, erguía su total desnudez ante la feria entera. “Sin aliento”, ponía en una cartela a sus pies. Y tal es como me quedé cuando pensé en la que se me venía encima en cuanto ella regresase de la oficina, enterada de la exhibición de su tía registradora. Sólo que cuando cerró la puerta de casa, y antes incluso de que me excusara, me gritó:
—Mi vida eres un cielo; mira que convertir a mi tía Lula en lo que más ansiaba: en una obra de arte.

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