La autora advierte que Carlos Gardel “es el mito argentino” y examina la construcción colectiva de ese personaje que “encontró la expresión artística para esa sociedad que pugnaba por construir un país, que buscaba su personalidad”.
Por Lía Ricón
El relato mítico se apropia del héroe; el relator necesita apropiarse del héroe, a veces generosamente, a veces egoístamente, inventando hechos cuya verdad no importa aunque sean deletéreos para la imagen del héroe. El relator quiere haber descubierto algo que los demás no conocían. Se encuentran así relatos míticos destructivos, miserables, que pretenden detractar al héroe mítico a través de distorsiones de los hechos consensuados. A veces se hace evidente cuáles son las características del relator, su envidia destructiva. Algunos relatos míticos sobre Carlos Gardel mueven a conmiseración por el relator, que sólo pudo intentar apoderarse a través de la envidia y la destrucción. Carlos Gardel es el mito argentino.
Juan Carlos Esteban –autor de Carlos Gardel, punto final y otros textos sobre el tema– recuerda que, a principios del siglo XX, “esa sociedad pugnaba por construir un país, buscaba su personalidad y, finalmente, la encuentra en su expresión artística que la identifica, la define pero, también, le fija los contornos”. Esa sociedad necesitaba este personaje. Gardel encontró la expresión artística para esa sociedad que pugnaba por construir un país, que buscaba su personalidad; la encontró en el tango que lo identifica, lo define y le fija contornos.
Charles Romuald Gardès tiene partida de nacimiento en Toulouse, Francia, hijo de Bertha Gardès y de padre desconocido, el 10 de diciembre de 1890.
Luis Alposta, en el número 78 de la revista Proa, señala que Gardel fue el primer cantor popular argentino que incorporó técnicas del Bel Canto; incluyó en su repertorio prácticamente todos los géneros de nuestro folklore; creó una manera de cantar el tango, creó el tango canción; fue el primer gran melodista del tango. En una proyección de Luces de Buenos Aires, los operadores se vieron obligados a rebobinar la cinta y emitir nuevamente el tango “Tomo y obligo”. Su apellido ha sido adjetivado: “Fulano es Gardel”, “se cree Gardel...”. Gardel tuvo características de personalidad que reforzaron su carácter mítico. Era modesto y buen amigo; mantuvo los vínculos de sus primeros años a lo largo de toda su exitosa carrera. Visitó a su familia en Toulouse y ayudó a su madre (hay facsímiles de las cartas que le enviaba); también ayudó a personas que habían compartido sus comienzos penosos en el Abasto, fue generoso, desbordó simpatía.
Su voz era extraordinaria. Con un registro de barítono brillante, podía cantar con tesituras de tenor y de barítono sin falsete y sin esfuerzo; tuvo impostación natural, esto es: cantaba como hablaba, no necesitaba colocar la voz; tuvo oído absoluto y afinación perfecta. Estudioso, siempre preparó sus actuaciones. Toscanini dijo que, entre los cantantes populares, sólo Gardel y Bing Crosby no desafinaban. Si prestamos atención a la emisión de su voz, es notable cómo se lo oye siempre en el mismo lugar, no tiene que hacer pasajes; produce una gran tranquilidad oírlo porque siempre va a emitir en el mismo plano. La célebre particularidad de su pronunciación cuando canta –no cuando habla– responde a una necesidad técnica de mejor grabación: por eso evita la ene y la ele, llevándolas a erre, que suena sólo en cavidad bucal. Su expresividad es incomparable y se nota muy especialmente cuando vemos hoy sus películas, donde los momentos en que canta se recortan absolutamente de un fondo que aparece antiguo y superado. Cuando canta Gardel, nos emocionamos, porque, como se ha dicho, tiene una lágrima en la garganta.
Hay en la Argentina otros personajes míticos –Hipólito Yrigoyen, Juan Perón, Eva Duarte, Ernesto Guevara–, pero ninguno es universalmente aceptado como tal, ya que las connotaciones políticas opacan el entusiasmo por uno u otro. Además, Gardel es un personaje inmanente: no está en ningún cielo que alimente la fantasía de ser evocado para conseguir beneficios. Los santos populares –la Difunta Correa puede ser paradigmática– están restringidos a la población creyente, que los invoca para conseguir milagros. Gardel llenó nuestras necesidades; nos produjo y produce la emoción que su voz, en sí misma, hace nacer. Para muchos, entre los que me cuento, nadie cantó mejor.
¿Cómo fabricamos el mito, cómo nos apropiamos del personaje? Suele haber una relación familiar o local: fue conocido de chico, o estuvo en la casa o era pariente. Pero hay también otras formas de apoderarse del personaje mítico. Respecto de Gardel, puedo hablar de mi propia experiencia: si bien nació en Toulouse, los uruguayos tienen un deseo vehemente de ubicar su origen en Tacuarembó, a 400 kilómetros de Montevideo. Toulouse tiene una partida de nacimiento, Uruguay tiene un pasaporte. Por mi parte, ante este relato mítico de los hermanos uruguayos, mi razonamiento fue decirme que, por más partida de nacimiento que tengan los franceses o testimonios que tengan los uruguayos, ¿a quién cantó Gardel? ¿A mi Tacuarembó querido, a mi Toulouse querido? No. Este fue mi modo de apoderarme del personaje mítico, de hacer mío a Gardel. Los argentinos no tenemos necesidad de hacerlo nacer aquí, porque le cantó a Buenos Aires.
Gardel fue de todos modos un argentino por adopción: quiso ser argentino. Hijo de una mujer francesa, que vivió en el Abasto y que debió realizar múltiples tareas para mantener el hogar, Gardel es hijo de su propio esfuerzo y del de su madre.
Los relatos míticos sobre los héroes pueden ser fuertemente contradictorios: así, el héroe es presentado como habiendo hecho esto y lo otro al mismo tiempo y en distintos lugares. Es que se procura “descubrir” en el personaje mítico algo que para los demás pasó inadvertido. En Gardel, las disputas callejeras, inevitables para un chico del Abasto, se transformaron en delitos y se fue a buscar su nombre
en distintas cárceles, hasta en la de Ushuaia. Claro que esta cárcel no era para condenados por delitos menores como los que se le habrían imputado, pero en esa ciudad persisten numerosos relatos de vecinos que incluso lo habrían alojado en sus casas. Es que quien inventa el dato puede llegar a negar lo que no se adecua a su deseo.
Respecto de su vida sexual, se dice que le gustaron mucho las mujeres y de esto hay testimonios; que tuvo una sola novia o dos, y existe el nombre de una de ellas, Isabel de Valle. Pero, como era inevitable para un varón del Abasto, estaba muy ligado a los grupos de amigos que se reunían a charlar y a tomar una copa; entonces alguien introdujo la sospecha, nunca comprobada, de homosexualidad, como otro modo de apropiarse del héroe mítico. Se impone el comentario de que, en la apropiación del héroe, se le atribuyen características de quien hace el relato, para poder identificarse con él; hay una proyección de características del autor del relato.
Cuanto más contradictorios son los relatos, más afianzan el carácter mítico del personaje. Hay también relatos míticos en forma de novelas detractoras, que muestran especialmente los aspectos envidiosos del autor: llamarlo “gordito, petiso y feo” por ejemplo. Cabría preguntar de quién estará hablando quien así lo caracteriza.
¿Quién fue el padre de Gardel? Sería más mítico no saberlo; que, como héroe, tuviera el enigma del pater incertus, que permite atribuirle cualquier identidad. Pero no: parece, aunque no está totalmente probado, que fue Paul Lasserre, ingeniero. Un relato dice que Bertha era obrera en el taller de limpieza y planchado que dirigía la madre de Paul, en Toulouse. Allí se conocieron. Gardel dice que era tipógrafo, que tenía una imprenta. Era soltero cuando Bertha tuvo con él la relación de la que nació nuestro héroe. Paul no lo reconoció. Una versión del mito dice que vino en algún momento a la Argentina y le ofreció matrimonio a Bertha, pero que ni Carlos ni Bertha quisieron aceptar esta dudosa reparación. Pero no hay registro de ningún Paul Lasserre como pasajero a Buenos Aires en esa época. De todos modos, la pregunta continúa: ¿Quién habrá sido el padre? ¿Qué genes le dieron la musicalidad, la afinación, el oído absoluto, la impostación natural, el timbre de barítono brillante? Tal vez Carlos Gardel tuvo el privilegio de su garganta de zorzal como producto de una mutación, producida por azar, sin antecedentes.
Una característica de todos los relatos míticos es hablar del héroe con epítetos: el Zorzal, el Mudo, el Morocho del Abasto, el Troesma y otros. Los relatos de la muerte de Gardel también configuran la arquitectura del mito: se incendió el avión, Carlos quedó desfigurado por las llamas y está escondido en alguna parte, reaparecerá; o bien, el piloto fue baleado por Alfredo Le Pera pero la bala iba dirigida a Gardel, con quien estaba peleando en el avión; o bien, había en el pasillo del avión el rollo de una pantalla gigante que se corrió hacia adelante y distrajo al piloto; o fue una pelea entre los pilotos de los aviones que chocaron; etcétera, etcétera. Los mecanismos de negación, inevitables ante la muerte brusca, anidan en todos. Pero Gardel, cada día, canta mejor.
* Miembro titular en función didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina.
Texto extractado del trabajo “Gardel, el mito argentino”.
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