“Hay que hacer el mundo nuevo”
Por: Facundo Arroyo/Revista Sudestada
Lleva unos dos años, que de tanta obra parecen muchísimos más,
interviniendo con sus trazos y sus colores sobre infinitas paredes en ciudades y
pueblos. Además, publicó un libro para los pibes y las pibas dedicado a Luciano
Arruga; y coordina La Alborada, un espacio cultural de La Plata que lucha por
trastocar los guetos.
"¿Quién es Luxor? -se pregunta una chica del Conurbano Sur, con
ojeras muy marcadas, que vende sus revistas en la FLIA-. No paré de ver sus
murales desde que entré a La Plata. Qué bueno que la ciudad se llene de los
colores de sus artistas”.
Quien se hace llamar así, Luxor, es uno de los más inquietos entre
esos artistas que subvierten la cuadrícula de una ciudad inventada al milímetro
por los fundadores -que hasta previeron avenidas lo suficientemente anchas para
que ninguna barricada pudiese erigir su rebeldía en ellas- y destruida milímetro
a milímetro por sucesivos intendentes.
Luxor pinta desde marzo de 2010, aunque pareciera que lleva más de
diez años haciéndolo. Formó parte del colectivo Cien volando, fue uno de los
responsables de llevar adelante la propuesta Intervención Magenta -más de
treinta artistas pintando por toda la ciudad de La Plata arriba de fondos
magenta-, organizó el Proyecto Kalle -intervenir las escuelas y sacarlas del
blanco inmóvil- y ahora está a cargo, junto con otros compañeros, de la
Biblioteca La Alborada, donde organizan “La pantufleta refrescante”, una fiesta
que convoca a artistas emergentes para que intervengan en vivo y se mezclen sin
pausa.
A desencalar
Luxor llega a La Alborada en bicicleta. Adentro, en la primera
oficina a la izquierda, ya está su padre, quien junto con su madre integra la
comisión directiva. Luego se abre un hall central cuyo frente está ocupado por
un amplio y alto escenario. A los costados hay puertas que esconden aulas, y
desde arriba se ven las barandas de un primer piso donde también parece haber
más aulas. Al fondo a la derecha hay un pasillo que pasa por los baños y una
pequeña cocina, y que lleva a un patio interno. Desde el portón de La Alborada
hasta allí todo está intervenido por incontables artistas. Con estilos
divergentes, mestizajes, distintas historias; pero lo más destacable es la
subversión del espíritu de gueto, la capacidad del lugar para recibir a
cualquier corriente.
Luxor saluda a sus compañeros, toma agua, luego empieza: “Al
transitar la calle te das cuenta de que hay tantas problemáticas y múltiples
realidades para contar. Lo que hago no lo defino como graffiti ni como street
art ni como pintura institucional. Para tratar de dejar un poco esos guetos,
hago algo que llamo ‘pintura callejera’. Una mezcla de todo: lo que veo y me
gusta lo utilizo. Me parece que el hecho es juntarse a pintar. Los pingos se ven
en la calle. Igual pinto en cualquier lado. De algo hay que vivir. La gente me
paga lo que puede; pero yo pinto igual, pinto siempre. He cambiado pintura por
un cuarto de helado, por juntarme a comer. Empecé por el pago con pintura y
luego se volvió mi trabajo. Y hoy es un proyecto de vida, un proyecto político.
Pintar adentro de las casas es alucinante. Entrás en el cotidiano de un ser
particular y único”.
Cualquier color que trastoque la monocromía urbana le resulta
válido: “La elección de color también es una elección de clase, de poder. Podés
elegir porque tenés la posibilidad de elegir”, plantea. Al profundizar en su
temática más trabajada, advierte: “El hecho de reivindicarme como feminista a
veces da para pensar que estoy en contra del hombre. Esto no es así; elegí
interpelar a la mujer: estoy a favor de la igualdad de condiciones entre el
hombre y la mujer. Pero también me reivindico libertario, anticapitalista, en
contra de la represión de la misma manera y magnitud que reivindicándome
feminista. Son cuestiones que están dadas por la opresión del patriarcado; yo me
siento feminista pero soy machista, obvio que soy machista”.
A finales del año pasado, a través de la editorial del artista
plástico y humorista Leo Gauna, Luxor publicó su primer libro. “Es sobre los
pibes y las pibas. Está dedicado a Luciano Arruga, desaparecido en democracia,
igual que López y otros tantos que no conocemos. Para mí hay que contar las
historias, y la mejor manera que encontré es pintándolas en la calle. Siempre
arrancando en la calle. Tanto la molestia como el agrado son mi cometido”.
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