Música: Janis Joplin, una voz para el abismo
Janis Joplin
Puede ser por el día de la música o por un nuevo aniversario de su nacimiento. La excusa puede ser cualquiera para lanzar nuevamente, con otros formatos y nuevos detalles, pero el motivo vuelve a ser el mismo: seguir descubriendo una de las voces mágicas del siglo XX, aparecida en los tiempos en que todo parecía posible, incluso que una blanca llevara en su pecho las voces de varias negras. Tan mágica resultó todo, que así, como por arte de magia, también desapareció.
Por Jorge Belaunzarán 
Una voz descomunal en un tiempo descomunal. Suena a mucho. Pero por ahí no sea tanto. Más a medida que el tiempo, en su avance, acredita más y más comparaciones y detalles. Por ejemplo, los detalles que aparecen por las reediciones de sus discos o de sus grabaciones encontradas. Detalles que corresponden a la propia época y que probablemente hayan sido tenidos en cuenta en el mismo momento de su producción, pero que el tiempo y sus personajes resignifican: nuevos actores dan otro cariz a una obra. Así, en el mare mágnum de música en el que por la fiaca por preguntar o ponerse a descubrir un poco la mayoría se queda con lo puesto (que también es lo escuchado), las grabaciones de Janis Joplin en las Pearl Sessions (famosas tomas en estudio), originales de 1971 que con motivo del Record Store Day el sello Columbia Records relanzó en versión vinilo y con bonus track, permiten preguntarse nuevamente acerca de aquella chica blanca y su tan singular modo de cantar, y sentir.
Ahí, en esas grabaciones, Joplin, una vez más, es descomunal. Y transmite la sensación de un tiempo que se destaca de todos los conocidos especialmente por una característica: su esperanza, fabuloso motor de que todo -y aquí el todo es literal- podría finalmente ser alcanzado en apenas pocos días, sin más. La historia general de la humanidad no guarda registro de años semejantes. De ahí tal vez su nostalgia perenne, incluso para los que no lo vivieron nunca.
Joplin es su prototipo femenino y vocal (el varón e instrumental sería Jimmy Hendrix). Su voz surgida prácticamente de la mismísima tierra podía encerrar en algunos minutos el más prodigioso sentido humano: el que inventó palabras para designar lo que todavía la Tierra no conocía, como la piedad. El reino animal del que el homo sapiens forma parte no conoció, hasta su llegada, la experiencia: se mata o se muere según una ley natural que no reconoce la voluntad como posibilidad de ir en su contra y modificarla (una especie quizás también descomunal, en su tupé de cambiar climas, cursos de ríos y demás). La piedad es una de las más hermosas experiencias humanas, única y original en todo el reino viviente. Joplin, en su registro de profundidad infinita, brinda consuelo piadoso a todos los frágiles humanos de este mundo.
Pero Joplin no canta sola. Como todo artista permite rastrear al menos sus antecedentes inmediatos. Y ahí están, para corroborar la penetrante emoción de su voz, Nina Simone y Ella Fitzgerald, Billie Holiday y Sarah Vaughan; Joplin es el link blanco imprescindible de los jóvenes de la época para descubrir, en el sentido de maravillarse, a las negras que le habían puesto tono y color a un tiempo anterior.
La novedad del vinilo en mono, acompañado por otro vinilo titulado The Pearl Sessions es un viaje introspectivo, la búsqueda de huellas musicales y de las huellas que esa música despierta en cada persona y su historia individual y colectiva. Algo que la música, como el resto de las artes, dejó de hacer. Las expresiones se multiplicaron, y las identidades personales tomaron supremacía sobre las colectivas. No es una valoración: el mundo corría tras una voz, deseaba encolumnarse detrás de ella y andar.
Por eso es tan difícil entender por qué ella, su voz, su música y su tiempo se fueron tan rápido, dejando la sensación de esfumarse antes que la de la estela que deja la despidida. Cierto, pocas épocas se despiden. Pero al menos se cortan abruptamente, dejando en claro que algo de lo que se fue no estaba tan bien como se suponía. En cambio esa especie de desvanecimiento en sí mismo del sueño que Lennon se ocupaba en anunciar que había terminado, también la define. Se puede arriesgar que hasta esa generación bendita que sin edad copó la escena durante una década imprecisa de 1963 al 73 (un poco después, un poco más larga), las épocas transitaban la una en otra. Ésa es la primera que va hacia un territorio antes desconocido. Uno del que se sabe tanto que es totalmente incierto.
Luego de ella, de Joplin, hubo cantantes, pero ninguna voz precisa, certera en su belleza y su consenso.
Una voz descomunal en un tiempo descomunal. Suena a mucho. Pero por ahí no sea tanto. Más a medida que el tiempo, en su avance, acredita más y más comparaciones y detalles. Por ejemplo, los detalles que aparecen por las reediciones de sus discos o de sus grabaciones encontradas. Detalles que corresponden a la propia época y que probablemente hayan sido tenidos en cuenta en el mismo momento de su producción, pero que el tiempo y sus personajes resignifican: nuevos actores dan otro cariz a una obra. Así, en el mare mágnum de música en el que por la fiaca por preguntar o ponerse a descubrir un poco la mayoría se queda con lo puesto (que también es lo escuchado), las grabaciones de Janis Joplin en las Pearl Sessions (famosas tomas en estudio), originales de 1971 que con motivo del Record Store Day el sello Columbia Records relanzó en versión vinilo y con bonus track, permiten preguntarse nuevamente acerca de aquella chica blanca y su tan singular modo de cantar, y sentir.
Ahí, en esas grabaciones, Joplin, una vez más, es descomunal. Y transmite la sensación de un tiempo que se destaca de todos los conocidos especialmente por una característica: su esperanza, fabuloso motor de que todo -y aquí el todo es literal- podría finalmente ser alcanzado en apenas pocos días, sin más. La historia general de la humanidad no guarda registro de años semejantes. De ahí tal vez su nostalgia perenne, incluso para los que no lo vivieron nunca.
Joplin es su prototipo femenino y vocal (el varón e instrumental sería Jimmy Hendrix). Su voz surgida prácticamente de la mismísima tierra podía encerrar en algunos minutos el más prodigioso sentido humano: el que inventó palabras para designar lo que todavía la Tierra no conocía, como la piedad. El reino animal del que el homo sapiens forma parte no conoció, hasta su llegada, la experiencia: se mata o se muere según una ley natural que no reconoce la voluntad como posibilidad de ir en su contra y modificarla (una especie quizás también descomunal, en su tupé de cambiar climas, cursos de ríos y demás). La piedad es una de las más hermosas experiencias humanas, única y original en todo el reino viviente. Joplin, en su registro de profundidad infinita, brinda consuelo piadoso a todos los frágiles humanos de este mundo.
Pero Joplin no canta sola. Como todo artista permite rastrear al menos sus antecedentes inmediatos. Y ahí están, para corroborar la penetrante emoción de su voz, Nina Simone y Ella Fitzgerald, Billie Holiday y Sarah Vaughan; Joplin es el link blanco imprescindible de los jóvenes de la época para descubrir, en el sentido de maravillarse, a las negras que le habían puesto tono y color a un tiempo anterior.
La novedad del vinilo en mono, acompañado por otro vinilo titulado The Pearl Sessions es un viaje introspectivo, la búsqueda de huellas musicales y de las huellas que esa música despierta en cada persona y su historia individual y colectiva. Algo que la música, como el resto de las artes, dejó de hacer. Las expresiones se multiplicaron, y las identidades personales tomaron supremacía sobre las colectivas. No es una valoración: el mundo corría tras una voz, deseaba encolumnarse detrás de ella y andar.
Por eso es tan difícil entender por qué ella, su voz, su música y su tiempo se fueron tan rápido, dejando la sensación de esfumarse antes que la de la estela que deja la despidida. Cierto, pocas épocas se despiden. Pero al menos se cortan abruptamente, dejando en claro que algo de lo que se fue no estaba tan bien como se suponía. En cambio esa especie de desvanecimiento en sí mismo del sueño que Lennon se ocupaba en anunciar que había terminado, también la define. Se puede arriesgar que hasta esa generación bendita que sin edad copó la escena durante una década imprecisa de 1963 al 73 (un poco después, un poco más larga), las épocas transitaban la una en otra. Ésa es la primera que va hacia un territorio antes desconocido. Uno del que se sabe tanto que es totalmente incierto.
Luego de ella, de Joplin, hubo cantantes, pero ninguna voz precisa, certera en su belleza y su consenso.
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