(Des)acumulación
de capital
Qué
pasa cuando el ciclo económico ya no está determinado por factores internos
sino por los flujos de divisas que emanan de los centros financieros globales.
Por Andrés Asían y Bernardo Del Zorro
. Imagen: EFE
Históricamente, los procesos de
crecimiento de las economías periféricas han estado limitados por lo que una
parte de la literatura económica denomina restricción externa: un desequilibrio
entre ingresos y egresos en moneda extranjera que limita la expansión de la
actividad.
A diferencia de lo ocurrido a
mediados del siglo pasado, donde el eje de las cuentas externas estaba en el
balance comercial (stop and go), en las últimas décadas muchos países
periféricos han transitado distintos auges seguidos de repentinas crisis externas
ligadas fundamentalmente a la dinámica de la cuenta financiera del balance de
pagos.
El acceso a crédito externo e
ingreso de capitales especulativos brinda financiamiento externo que permite
apreciar la moneda local y generar una expansión de la actividad, hasta que una
repentina reversión de los flujos de capitales (fly to quality) termina
provocando una brusca devaluación de la moneda nacional conduciendo la economía
a una crisis (sudden stop).
Bajo este régimen periférico de
(des)acumulación de capital, el ciclo económico doméstico ya no está
determinado principalmente por factores internos, sino por la dinámica de los
flujos de divisas que emanan los centros financieros globales, haciendo del
endeudamiento externo una política contracíclica. Cuando estos flujos se
interrumpen o revierten, se desencadenan crisis cambiarias, contracciones del
producto, y eventualmente la necesidad de acudir al FMI como prestamista de
última instancia para “estirar” la fase expansiva del ciclo, hecho que ha
ocurrido en 2018, y se repite en 2025.
De esa manera, el endeudamiento
externo público deja de vincularse con la necesidad de financiar excesos de
gasto (aún cuando pueda también hacerlo), para convertirse en una fuente de
divisas con que hacer frente al déficit externo del sector privado que amenaza
con poner fin a un ciclo de expansión.
Ese uso “contracíclico” del
endeudamiento externo del Estado queda en evidencia en los últimos dos grandes
créditos del FMI (nuestro prestamista de última instancia, cuando se cierran
los mercados voluntarios de deuda), tanto en 2018 como en 2025 –el de 2022 fue
un refinanciamiento que sólo permitió cubrir los compromisos con el propio
organismo–.
En 2018, al contraerse el
crédito con el fondo, las necesidades de financiamiento del déficit público ya
estaban prácticamente cubiertas, tal como anunciaba insistentemente el ministro
de Finanzas de Macri, Luis Caputo. Aun así, al desatarse una corrida cambiaria
y salir masivamente capitales al exterior, se recurrió al organismo
internacional para sostener el nivel de reservas e intentar –fallidamente–
eliminar la incertidumbre cambiaria.
El uso del endeudamiento externo
del Estado como fuente contracíclica de divisas es aún más evidente en el
reciente crédito del FMI, ya que tras el fuerte ajuste del gasto público
provocado por la motosierra de Milei, se alcanzó el tan ansiado superávit fiscal.
Aún así, ante la incipiente corrida cambiaria se recurrió a un nuevo crédito
con el FMI, justificado absurdamente en la “necesidad” de rescatar una letra
intransferible del tesoro en manos del BCRA.
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