Como si fueran de básquet o de vóley, los partidos de la Liga argentina sufren cada vez más interrupciones entre equipos entrenados en “controlar” el paso de los minutos, con los arqueros como máximos especialistas en fingir.
En La Plata, River vence 2-1 a Estudiantes por la fecha 25 de la Liga Profesional 2024 después del descuento de Guido Carrillo a los 15 minutos del segundo tiempo. Franco Armani –38 años, arquero de River, uno de los especialistas en “hacer tiempo” en los saques de arco– finge un dolor. El reloj avanza. Recién a los 49, recibe la amonestación del árbitro Ariel Penel por demorar el juego. Dos días más tarde, en la Bombonera, por la misma fecha de la misma Liga, Boca le gana 1-0 a Gimnasia La Plata. Minuto 47 del complemento: córner en ataque de Boca, salida corta, lateral a favor, contra la esquina, muy lejos del arco propio. Minuto 49, de vuelta: córner en ataque, salida corta, lateral a favor, contra la esquina, muy lejos del arco propio.
Boca y River, los más poderosos del fútbol argentino, jugando a “no jugar”.
Foto: Opta-Stats Perform.
En la Liga 2024 de Argentina, el promedio de tiempo neto de juego por partido es hoy de 49 minutos y 58 segundos, más de diez minutos por debajo de los 60 que la FIFA estipula como el ideal, como experimentamos durante el Mundial de Qatar 2022 con los tiempos extras XL (11,6 minutos de adicionado en promedio por partido). Según Opta-Stats Perform, empresa encargada de los datos de la Liga, el fútbol argentino registra el tiempo efectivo de juego más bajo entre las cinco principales de Europa y la de Brasil, cuyos clubes ganaron las últimas seis Libertadores. Si en la Premier League inglesa se juegan 58 minutos y 31 segundos por partido, en el Brasileirão, 55:23. Argentina sólo está por encima de la Primera División de Bolivia y de la Liga 1 de Perú, las que promedian por debajo de los 49:58. En promedio, en un partido de la Liga argentina hay 103,7 “interrupciones”. En ellas, el equipo que va ganando puede desechar 95,9 segundos en ejecutar un tiro libre. Y 20,8 en sacar un lateral (cuando va perdiendo, en cambio, tarda 12,3). Casi nueve segundos de diferencia (en la Premier, cuatro, y en el Brasileirão, seis). Así en córners, tiros libres y, ay, saques de arco.
La última tendencia de la moda en el “control” del tiempo -en ponerle un reloj de arena al juego- es la simulación de lesiones de los arqueros para generar, en ocasiones, un “tiempo muerto”, de descanso, como si el fútbol fuera el básquet o el vóley, deportes en los que, por reglamento, los entrenadores piden tiempos. Los arqueros pueden fingir lesiones después de una situación de gol del rival, para echarle un poco de agua al fuego y cortar el ritmo. Y para que, mientras se pierden segundos, el técnico reacomode el equipo. También cuando expulsan a un compañero, para que otro acelere la entrada en calor. La trampa de los arqueros es tirarse al suelo para “estirar” el tiempo con la entrada del médico, porque sin arquero no se puede jugar al fútbol. Otra artimaña es embolsar la pelota y lanzarse al piso, para luego pararse en cámara lenta y, después de otro puñado de segundos, sacar. Tampoco ningún árbitro sanciona cuando los arqueros exceden los seis segundos que, ya erguidos, disponen para continuar el juego. Antes buscan la pelota lejana cuando hay otra más cerca, les dan indicaciones a los compañeros. El árbitro, en general, les saca amarilla durante los minutos finales. Y no añade luego la cantidad de minutos en relación al tiempo perdido. En marzo, en Escocia, la International Football Association Board (IFAB), entidad a cargo del reglamento del fútbol, enfatizó en la pérdida de tiempo por la actitud de los arqueros, actores principales del “no se puede hacer más lento”. “Emplea una táctica desleal, puesto que el equipo adversario no puede disputárselo (el balón)”, señaló la IFAB. Y propuso que “el equipo del arquero infractor pierda la posesión y el contrario reanude el juego sin tener demasiada ventaja”, es decir, sin tiro libre indirecto desde adentro del área, sino con un córner o un lateral a la altura del punto penal.
Foto: Opta-Stats Perform.
En el fútbol argentino escasean los “lujos” -jugadas que podrían alimentar aquel “ranking lírico”- y abundan las patadas, porque, ante todo, la “intensidad”, la consagración del “correr y meter y meter”, la exacerbación física que acelera los nervios. Hay menos caños, gambetas, tacos, rabonas y hasta sonrisas porque se desprecia la belleza y el arriesgar, porque, dicen, no sirven, no son “utilitarios”: son los que perdieron la capacidad de sorpresa del fútbol-juego. Kevin Coronel -20 años, formoseño, lateral derecho de Argentinos Juniors- fue expulsado en la fecha 20 de la Liga por un pisotón a Agustín Bouzat (Vélez). Lo sancionaron con cuatro fechas de suspensión, luego reducidas a dos. En el medio, su hermana de seis años murió en un accidente de moto en Formosa. Coronel volvió frente a Barracas Central, fecha 24, también en La Paternal: plancha a Siro Rosané, doble amarilla y roja. Se retiró envuelto en llanto. “Perdón por lo que pasa dentro del campo de juego. Estoy pasando por momentos que ni yo los entiendo, quisiera tener una respuesta”, posteó al día siguiente. Más allá del contexto, las patadas son consecuencia de cómo se juega, en términos generales, en el fútbol argentino. Más enajenación y aceleración que pensamiento y pausa. “Demasiada camiseta/ y cada vez menos gambeta”, canta Andrés Calamaro en Clonazepán y circo (“Honestidad brutal”, 1999). Es la uruguayización del fútbol argentino -no sólo a partir de “Bover”, nuestro Peñarol-Nacional-, sino por la preeminencia de la “garra”.
Las reuniones de consorcio en cada revisión del VAR -siempre en nombre de la “justicia”, aunque se repitan las manipulaciones y los muñequeos-, las interrupciones por agresiones a los futbolistas desde tribunas y plateas -la histeria habita afuera entre los hinchas-, la desaparición de las pelotas –o de los alcanzapelotas– en los minutos finales, los cinco cambios por equipo y las demoras, la entrada y la salida del carrito y las protestas incesantes a los árbitros conspiran también con la fluidez del juego. Entonces, los partidos son cortados y “cerrados” porque se juega a no perder. Tomás Belmonte -26 años, mediocampista de Boca- le gritó al arquero Leandro Brey después de que su equipo diera vuelta (3-2) la semifinal de la Copa Argentina ante Vélez: “¡Tirate, tirate!”. Y a los defensores: “¡A la mierda, a la mierda!”. Vélez le ganó 3-4. Y Fernando Gago, DT de Boca, dijo que, con los cambios defensivos, había intentando “cerrar” el partido: los partidos no suelen terminan antes de tiempo y, mejor que “cerrarlos”, aún es jugarlos.
Los mejores futbolistas argentinos, al mismo tiempo, no juegan en Argentina. Nada nuevo hasta ahí: el asunto es que ya no sólo juegan en Europa, sino en Estados Unidos, Oriente Medio, Brasil y otros países sudamericanos por la diferencia económica (la liga boliviana otorga un premio ocho veces más grande que la argentina). Y, ante la merma de la calidad técnica de los futbolistas, peor juego. Es la ductilidad: si cuesta parar la pelota, se va más seguido al lateral o se revolea para que los de arriba vayan al choque (cuando el pelotazo queda adentro de la cancha). “Fui aprendiendo mucho en lo futbolístico y lo táctico. De chico no nos enseñaban tanto, en las inferiores, casi nada. Era: ‘Jugá y ganá’. Aprendí mucho ya en Primera”, admitió Maximiliano Salas, delantero de Racing, campeón de la Copa Sudamericana, de inferiores en All Boys. “El otro motivo evidente son los 28 equipos, que pronto volverán a ser 30. Una cuenta sencilla: si cada plantel tiene 25 futbolistas y sobran ocho equipos, hay 200 futbolistas que en condiciones más normales nunca habrían jugado en Primera”, escribió el periodista Matías Bauso en el artículo “Tomala vos, dámela a mí” en Revista Seúl.
Pero el fútbol (argentino) todavía es un juego imprevisible que se parece mucho a la vida. Es inesperado y cambiante. Lo testificamos el miércoles, en Avellaneda, con el partidazo (4-5) de Estudiantes ante Racing por la Liga. Lo habíamos vivido en el Monumental, en la final de la Libertadores, cuando Thiago Almada detuvo el tiempo a favor del juego y, a pura conducción –freno, aceleración, engaño-, llevó a Botafogo de Brasil a conquistar su primera Copa. El escritor uruguayo Eduardo Galeano, autor de Fútbol a sol y sombra -la Biblia futbolera- se autodefinía como “un mendigo del buen fútbol”. A contramano de la sociedad argentina, en la que cada vez hay más pobres, los mendigos del buen fútbol argentino son cada vez menos.
El descaro del extorsionador Daniel Santoro (no confundir con el artista plástico peronista homónimo) y de sus jefes y responsables de la edición final del diario es tal que presentan esta viejísima «información» como si yo no hubiera publicado Caso Nisman: Secretos inconfesables y Pablo Duggan su exhaustivo ¿Quién mató a Nisman?. Ambos libros prueban irrefutablemente que el hipercorrupto fiscal al servicio de potencias extranjeras se suicidó ante la evidencia de que sus chanchullos quedarían expuestos a la luz, su eyección del cargo era inevitable y pronto estaría preso. Pretenden ignorarlo ya desde el título, que habla de un «crimen» que nunca existió. Me pregunto que sentirán los buenos periodistas que aún subsisten en Clarín al tener como jefes y compañeros a farsantes que enlodan el oficio mintiendo a repetición. Como el occiso, su manipulador Stiuso y el exégeta de este, Santoro, trabajan para poderes extranjeros más que evidentes pero inconfesables, puesto que de admitirse que tienen esas terminales, se trataría de delitos flagrantes. Aun así, sería difícil que este Poder Judicial los condenara ya que esas servidumbres son compartidas tanto por el presidente Milei como por su incombustible ministra de Seguridad Bullshit… cuyo acoso tanto colaboró para que Nisman se quitase la vida al apretarlo para que fuera al Congreso a exponer, lo que Nisman no podía hacer porque no tenía nada que agregar a lo que había dicho en TN, del Grupo Clarín.
Todos los mencionados trabajan poara potencias extranjeras y respaldan genocidios (algunos silenciosos, como privar a los niños de alimentos y a los jubilados de medicamentos) por lo que no puede extrañar que desconozcan cualquier límite, en este caso para seguir demonizando a cómo de lugar a la jefa política de la oposición y a la República Islámica de Irán, tal como ordenan Estados Unidos e Israel.
Santoro es un caso especial porque aunque ahora esté alineado con esas potencias extranjeras a las que Milei y Bullshit rinden pleitesía, en su momento estuvo acusado de espiar para la Federación Rusa. De ser cierto, quedaría corroborado el antiguo dicho popular de que por la plata baila el mono.
No es este el primer libraco que Santoro compone sobre el tema: el anterior también fue una mierda. En esta ocasión, las grandes editoriales han desistido de publicarlo, y hasta la editorial de Luis Majul se abstuvo, por lo que se hizo cargo de la penosa faena una pequeña pero servicial editorial de la ciudad de Córdoba.
Esta nota laudatoria de la coprofagia no está firmada por nadie, y es que ha sido un trabajo por encargo que debe darle justificada vergüenza al ejecutor.
No es para menos: mira tu que hacerse eco casi una década después de la acusación carente de cualquier fundamento de que CFK habría ordenado asesinar a Stiuso… Un chiste de Jaimito.
Que sin embargo le sirvió a Jaimito para que la CIA lo acogiera en Estados Unidos.
La acusación del dossier secreto de Antonio Stiuso entregado al gobierno de Obama por el crimen de Nisman
Los informes del ex espía presentados en el 2015 para conseguir asilo son revelados en el libro «Nisman, anatomía de un crimen» de Daniel Santoro que Clarín anticipa en exclusiva. A diez años de la muerte del fiscal de la AMIA. Responsabiliza a Cristina Kirchner.
Alberto Nisman acusó a Cristina Kirchner de encubrir a Irán en el atentado de la AMIA.
REDACCIÓN CLARÍN
El nuevo libro de Daniel Santoro “Nisman, anatomía de un crimen” contiene una serie de revelaciones sobre el crimen del fiscal de la AMIA, entre ellas, el dossier secreto que el ex espía Antonio Stiuso le dio al gobierno de Barak Obama para conseguir asilo en 2015.
En uno de los dos informes que Stiuso escribió de puño y letra describió “todas las operaciones que mandó a hacer Cristina Kirchner para asesinarme a mi y a Nisman”, que se cuentan por primera vez en este libro publicado por editorial Emporio de Córdoba y que Clarín publica un adelanto en exclusiva.
A poco de cumplirse 10 años del crimen del fiscal de la AMIA el 18 de enero próximo, Santoro –uno de los periodistas que más conoce este caso, el atentado a la mutual judía y el Pacto con Irán- cuenta que de su primer libro “Nisman debe morir” (2015), donde sostenía la hipótesis del suicidio inducido, pasó a aceptar la acusación de la Justicia según la cual el ex magistrado fue víctima de un asesinato y la cuenta con lujos de detalles. Además, revela las maniobras para tratar de encubrir el crimen y las peleas entre la ex presidenta y Stiuso, que aún tienen un final abierto.
Antes, señala el décimo primer libro del editor de Judiciales de Clarín, la ex mujer de Nisman, la jueza Sandra Arroyo Salgado, “habría recibido amenazas y un virus troyano en su celular. La SIDE aisló el virus en una computadora, lo estudió y descubrió que una de las terminales era la hija del general y hombre fuerte del chavismo Diosdado Cabello”.
Un libro de investigación con ritmo de trhiller policial que analiza también las sospechosas llamadas en la mañana del 18 de enero de 2015 –que el autor reveló en Clarín y ahora amplió- entre el ex jefe del Ejército general César Milani, el ex número dos de la SIDE y actual ministro de Justicia de Kicillof, Juan Martín Mena y otros jefes de la inteligencia argentina, doce horas antes de que se encontrara el cadáver de Nisman en su departamento de las Torres Le Parc.
En las agitadas últimas semanas de diciembre de 2014 cuando Cristina descabezó a la SIDE y echó a Stiuso, Oscar Parrilli le había ofrecido al ex director de Operaciones “irse de agregado de la SIDE a Egipto, pero el ex espía se preguntó: “¿Ese destino lo eligió la presidenta Kirchner o el general iraní Ahmed Vahidi para asesinarnos?”, en las notas a la administración Obama. Vahidi es uno de los cinco iraníes con alertas rojas que están acusados de ser los autores intelectuales del atentado a la AMIA.
En su dossier, Stiuso afirma que el ex presidente de la República Bolivariana de Venezuela Hugo Chávez “le pidió primero a Néstor y luego a Cristina reanudar el intercambio nuclear con Irán”. En el documento, Stiuso revela que en “2006 el reactor de Teherán sufrió un recalentamiento de su núcleo porque se le habría introducido un material desconocido para producir plutonio con fines militares. Y necesitaban científicos argentinos para arreglarlo”.
En forma adicional, ese mismo año Irán “tenía problemas para la purificación del uranio” y como el que producía tenía “demasiadas impurezas” le hacía “imposible” su uso en sus centrífugas para enriquecer uranio al porcentaje militar, agregó el ex espía.
Desde la suspensión de aquel envío habían pasado 15 años, recordó Stiuso, y esas eran muestras del “daño infligido” al plan nuclear iraní con fines militares de lo cual estaban al tanto Néstor y Cristina. En esa época, Stiuso tenía como informante al número dos de la CNEA. Y ese, según su criterio, fue el verdadero móvil del atentado a la AMIA de 1994 que dejó un saldo de 85 muertos.
El libro que Cristina le tiró a Stiuso
El nuevo libro de Santoro también revela datos de color. En esa reunión secreta de 2001, “Stiuso saludó y se acercó a un pizarrón para graficar las conexiones entre los autores materiales del Hezbollah y los intelectuales de Irán en el ataque a la AMIA, cuando de repente sintió que un objeto le golpeó la espalda y escuchó a Cristina que le decía:
– ¿Leyó el libro de “AMIA: ¨Por qué se hizo fallar la investigación” de Claudio A. Lifschitz?
Sorprendido Stiuso se dio vuelta, le empujó el libro sobre la mesa y contestó:
– Yo no leo boludeces”.
Las negociaciones secretas con Irán
Stiuso está convencido, cuenta en esas notas a Obama, que la persecución en su contra y de Nisman comenzó a partir del inicio de las negociaciones secretas con Irán en 2011.
Para Stiuso el primer paso de una larga “operación” ordenada por Cristina Kirchner comenzó en octubre de 2012 cuando el fiscal José María Campagnoli, bajo la presión de la fundadora de Justicia Legítima y Procuradora General de la Nación, Alejandra Gils Carbó, pidió su detención en el caso del oscuro secuestro del dirigente ferroviario Severo Caballero. Este había sido raptado justo antes de declarar en el juicio por el asesinato de Kosteki y Santillán en junio 2002, como cuenta el autor en su libro “La Ruta de la Efedrina”.
En medio de una historia de espías y traiciones, por otra parte, el fiscal federal Ramiro Gonzalez imputó a su jefa Gils Carbó por haber filtrado informes del fiscal Campagnoli al ex número dos de la SIDE K Paco Larcher de la causa por el secuestro de Severo Caballero en Avellaneda. Stiuso afirmó, como testigo, que Gils Carbó le “dio copias de lo actuado” por Campagnoli a Larcher y luego, preocupada, le mandó a decir a través de Nisman que no quería tener “ningún inconveniente” con él. Luego fue la muerte del “Lauchón” Viale, un agente de Stiuso que fue acribillado a balazos por el grupo Halcón de la policía bonaerense en un polémico operativo antidrogas ordenado por el juez federal Juan Manuel Culotta, en julio de 2013. Y dos años después del crimen de Nisman. Datos de una pelea, entre la ex presidenta y el poderoso ex espía que aún no terminó.
La pérdida de 10 millones de llamadas de la AMIA
Por otra parte, en su décimo primer libro, Santoro revela otra de las peleas entre Stiuso y el kirchnerismo. Dice el texto:
“Volvamos al 2015. Meses más tarde, la carta reservada de Stiuso a Lorenzetti y a Parrilli comenzó a dar sus frutos judiciales y se empezó a saber qué realmente había ocurrido con los 35 CDs con los 10 millones de llamadas telefónicas de la causa AMIA.
A principios de 2015, tras la muerte de Nisman, el entonces jefe de la División de Seguridad Informática de la SIDE fue convocado al piso séptimo de “la casa”, ubicada en 25 de Mayo 33, para trasladar equipos informáticos de la dirección de Contrainteligencia sobre todo de la causa AMIA.
La suspensión de la salida de los equipos con los CDs fue por orden del nuevo director de Contrainteligencia y futuro diputado ultra K Rodolfo Tailhade, según ese directivo que declaró como testigo ante la Justicia. Para su sorpresa, al experto informático no lo dejaron entrar a la oficina asignada y vio como se llevaron en carritos los equipos informáticos sin cadena de custodia y tampoco supo a donde luego se fueron.
Entonces, un guardia de seguridad llamó a Tailhade y éste le contestó que iba a consultar con el entonces número uno de la SIDE Oscar Parrilli para arreglar la situación. Pero Tailhade, luego, le dijo que “ya está todo” y le ordenó suspendiera el traslado y devolviera la camioneta con que iba a ser la mudanza de los equipos.
Después, un comisario retirado de la Policía Federal que estaba a cargo de esos equipos confirmó los dichos del experto informático. Afirmó que el 29 de enero cuando iban a trasladarlos a la dirección de Contraterrorismo, Parrilli “dijo que no autorizaba las salidas” de los CDs y que el comisario “agarraba sus cosas, dejara las llaves y se fuera” (4).
El policía retirado, ya como testigo en la causa de (el juez Julián) Ercolini, precisó que dejó un acta describiendo el contenido de esos equipos. Y semanas después fue conminado a comparecer ante la SIDE para preguntarle si sabía dónde estaba Stiuso, pero nada le fue comentado sobre los CDs.
Ese agente declaró también en una causa abierta por Toma, quien denunció a Parrilli, Juan Martín Mena (segundo de la SIDE), Tailhade, Stiuso y el ex “Señor Cinco” Chango Icazurriaga por la destrucción o pérdida de esos CDs de la causa de la AMIA. Otros dos ex agentes confirmaron, también, que les prohibieron sacar los equipos y que éstos habrían quedado en el séptimo piso de “la casa”.
DESTACADOS Textuales, testimonios y declaraciones
Antonio Stiuso: todas las operaciones que mandó a hacer Cristina Kirchner para asesinarme a mi y a Nisman.
Cristina Kirchner: ¿Leyó el libro de “AMIA: ¨Por qué se hizo fallar la investigación” de Claudio A. Lifschitz?
El término inglés ‘Brain Rot’ (algo así como ‘podredumbre mental’), que alude al deterioro intelectual ocasionado por el consumo excesivo de contenido en línea de baja calidad, sobre todo en redes sociales, ha sido elegido término del año 2024 por la Universidad británica de Oxford.
El prestigioso centro académico hizo este lunes el anuncio tras llevar a cabo una votación pública en la que más de 37.000 personas expresaron su parecer.
Los expertos de la universidad crearon una lista de finalistas con seis expresiones para reflejar los estados de ánimo y conversaciones que han modelado el último año, entre los que se encontraban ‘demure’ (recatado), ‘lore’ (información de contexto), precios dinámicos, ‘romantasy’ (fantasía romántica) y ‘slop’ (contenido generado por IA de mala calidad).
Al explicar por qué se han decantado por ‘brain rot’ como término elegido del año, la universidad recuerda que su definición es «el supuesto deterioro del estado mental o intelectual de una persona, especialmente como resultado de un consumo excesivo de material (ahora particularmente de material en línea), considerado trivial».
Según los expertos de la universidad, ‘brain rot’ ganó popularidad este año como término acuñado a fin de capturar las inquietudes sobre el impacto del consumo de cantidades excesivas de contenido online de baja calidad, especialmente en redes sociales. El uso del término aumentó en un 230% entre 2023 y 2024, según la institución británica.
La primera vez que se registró su uso fue en 1854 en el libro Walden, de Henry David Thoreau, que registraba su experiencia de vivir un estilo de vida sencillo en el mundo natural y criticaba la tendencia de la sociedad de devaluar las ideas complejas en favor de las sencillas, lo que interpretaba como un declive en el esfuerzo mental o intelectual.
En la era digital, ‘brain rot’ ha adoptado una nuevo significado al ganar popularidad en redes como TikTok entre las comunidades de las llamadas generación Z y la Alfa y ahora tiene un uso más generalizado, como en periodismo, acerca de las inquietudes de la sociedad sobre el impacto negativo de un consumo excesivo de contenido online.
Según la universidad, en 2024 se emplea para describir tanto la causa como el efecto de ello en alusión a la baja calidad del contenido hallado en redes sociales e internet así como el impacto negativo que un consumo de este tipo tiene en el individuo y la sociedad.
También se vincula su significado a una conversación más seria sobre el potencial efecto negativo que un excesivo consumo de este contenido podría tener en la salud mental, sobre todo en niños y jóvenes.
El presidente de Lenguajes de Oxford, Casper Grathwohol, indicó que le parece «fascinante» que el término ‘brain rot’ haya sido adoptado por la Generación Z y la Generación Alfa, «comunidades en gran parte responsables por el uso y creación del contenido digital al que se refiere el término».
«Esas comunidades han amplificado la expresión mediante canales de redes sociales, el lugar que se dice que ocasiona la ‘podredumbre mental’. Demuestra una conciencia traviesa en las generaciones más jóvenes sobre el impacto dañino de las redes sociales que han heredado», agregó.
“Para los senadores tengo la Banelco” es una frase que se transformó en el epítome de la corrupción. Fue pronunciada en enero del 2000 por Alberto Flamarique –ministro de Trabajo del gobierno de la Alianza– durante una reunión con dirigentes gremiales, en referencia al proyecto de reforma laboral que el oficialismo enviaría al Congreso. Pese a ser alguien cercano al Vicepresidente Chacho Álvarez, Flamarique se transformó rápidamente en un alfil del Presidente Fernando De la Rúa. Por aquel entonces, varios funcionarios de primera línea insistían en la necesidad de impulsar dicha reforma, presentándola –con encomiable honestidad– como una exigencia del Fondo Monetario Internacional (FMI). De paso, también querían demostrar que un gobierno no peronista e incluso progresista podía domar a los sindicatos.
Es bueno recordar que aquella era una época dorada, de absoluta hegemonía neoliberal. Daba igual quién llegara a la Casa Rosada, el modelo era aceptado como única opción tanto por el gobierno como por la oposición con mayor intención de voto. De hecho, el pilar de la campaña de Fernando de la Rúa fue el mantra que repitió hasta el cansancio: “Conmigo: un peso, un dólar”.
Para lograr diferenciarse del gobierno de Carlos Menem, cuya desastrosa política económica prometían a grandes rasgos continuar, los socios de la Alianza –el FREPASO y la UCR– centraron la campaña en las denuncias de corrupción. Colocaban de esa forma en primer plano el componente instrumental del modelo –es decir, el aceite necesario para destrabar los engranajes institucionales– y no el modelo en sí. Según ese candoroso diagnóstico, el aumento de la pobreza, la caída del poder adquisitivo de los sueldos, el cierre de pymes, el endeudamiento exponencial o el desempleo de dos cifras se debían al desenfreno menemista y no a “la distribución tribal de la riqueza”, para retomar una gran definición del escritor chileno Rafael Gumucio.
El problema de la Argentina era la Ferrari de Carlos Menem, el Tango 01 (que De la Rúa prometió vender), la pista de Anillaco o las noches lujuriosas de pizza y champagne en la residencia de Olivos. Con eliminar esos excesos, nuestro país se convertiría en un destino confiable para la tan esperada lluvia de inversiones y coso. No era un tema político o económico, sino moral. Otro de los tópicos de la campaña de la Alianza consistió en retomar la burla que recibía De la Rúa por ser aburrido y transformarla en virtud: al ser aburrido, no caería en la desmesura menemista.
Apenas fue sancionada la ley de reforma laboral, en mayo del 2000, Hugo Moyano –líder camionero enfrentado a la conducción de la CGT que había convalidado dicho proyecto– denunció el episodio de la Banelco y mencionó a Flamarique con nombre y apellido. Su acusación generó no sólo una crisis política en el oficialismo sino también una denuncia judicial. Chacho Álvarez, quien había defendido con pasión la reforma laboral entre los reticentes diputados del FREPASO, exigió una investigación a fondo, mientras el cuestionado ministro recibía el apoyo sin fisuras de De la Rúa. La crisis se saldó con la renuncia del Vicepresidente, quien advirtió: “Estamos ante una crisis terminal de la relación entre el poder político y el poder económico, y del vínculo entre la política y la gente”.
En diciembre de 2015, quince años después de los supuestos hechos, la Cámara Federal de Casación confirmó la absolución del ex Presidente Fernando de la Rúa y del resto de los acusados. Mucho antes, en 2004, durante la presidencia de Néstor Kirchner, el Congreso derogó la llamada Ley Banelco y reestableció los derechos de los trabajadores con una nueva ley.
Hace unos días, el senador Edgardo Kueider fue detenido en Ciudad del Este cuando intentaba junto a su secretaria ingresar al Paraguay con más de 200.000 dólares no declarados. En el país vecino se presentó como senador oficialista, lo que no es falso, ya que pese a ser nominalmente opositor ha acompañado al gobierno en votaciones clave como la de la Ley Pasta Base o la del financiamiento universitario. Esa pirueta generó la suspicacia de algunos de sus ex compañeros de bancada, quienes lo acusaron de haber recibido una coima. Con su detención por contrabando agravado, al llevar una mochila con centenares de miles de dólares cuya procedencia no pudo explicar, Kueider tuvo la cortesía de despejar cualquier duda al respecto.
El Presidente de los Pies de Ninfa sostuvo que el senador viajero “es un tema del kirchnerismo”, olvidando que desde 2022 ya no forma parte de esa bancada. Por su parte, la Vicepresidente Victoria Villarruel afirmó: “Somos respetuosos de las leyes y del orden institucional, la justicia dirimirá responsabilidades”, lo que prueba que no considera que el senador sea kirchnerista, ya que en ese caso lo trataría de corrupto sin miramientos y reclamaría su expulsión de la Cámara, como sí la exigió la bancada de Unión por la Patria. En todo caso, es una buena noticia que el oficialismo y los medios serios descubran la inocencia presunta, una garantía constitucional que suelen olvidar.
La diputada Margarita Stolbizer y los diputados de la Coalición Cívica se escandalizaron al unísono por la detención de Kueider y la sospecha de soborno. Todos votaron como el senador viajero –a favor de la escandalosa Ley Bases, que según el abogado Andrés Gil Domínguez constituye junto al DNU 70/23 una reforma constitucional de queruza– pero lo hicieron de forma gratuita. Al parecer, esa sería la sutil diferencia entre el vicio y la virtud. Probablemente sin recordarlo, repitieron el mismo gesto de Chacho Álvarez, que se indignó por la posibilidad de una coima y no por el contenido de una ley no sólo contraria a los intereses de las mayorías sino también a sus propios principios.
Tal vez allí resida la moraleja de esta historia. La verdadera corrupción es la que impulsa a diputados y senadores a votar leyes contrarias a los intereses de las mayorías y a sus propios principios; eso genera, además, el descreimiento en la política o, dicho en palabras de Chacho Álvarez, “la crisis terminal del vínculo entre la política y la gente”. Que esos legisladores lo hagan por algún incentivo material y no ad honorem sólo agrega un componente penal al hecho político en sí. Por eso de nada sirve la proliferación de ONGs y fundaciones ciudadanas, de nombre luminoso y financiamiento opaco, que proponen combatir la corrupción con engendros como Ficha Limpia, que atenta contra la inocencia presunta.
Para evitar la necesidad de comprar votos, tal vez el sistema más eficaz consista en que el oficialismo desista de enviar al Congreso leyes horrendas que castigan a las mayorías, como la Ley Banelco del 2000 o la Ley Pasta Base del 2024.
Que ambas hayan sido aplaudidas por el FMI debe ser una casualidad.