Por Silvana Melo
(APe).-
Era sábado el 30 de abril de 1977, cuando todo era silencio, cementerio, muertos tirados al futuro para que fueran espuma de la marea o huesitos besados a la vera de la fosa común. Era sábado y ni las almas pisaban la plaza de Mayo. La Casa Rosada estaba poblada de cuervos. Esos que comen los ojos. Caranchos que se alimentan de la vena buena, de la sangre que transforma. Quién iba a querer acercarse si no ellas, buscando a sus crías. A sus hijos arrebatados a ese futuro soñado con tanto, tanto dolor. No hay nadie, no hay nada, solas. Solas. Tiene que ser otro día, pensaron. El viernes no, es día de brujas, dijo ella. Y los jueves armaron su propio aquelarre sagrado a las tres de la tarde para empezar a acorralar de a poquito no más el infierno feroz que asesinaría y desaparecería a treinta mil. O más.
Circulen circulen. Decían las voces de hierro con armas largas colgadas de los hombros. Era el estado de sitio. Y nadie podía permanecer en grupo y de pie en las calles de esta tierra. Y ellas circularon. Ese círculo maldito definió que nunca nada volvería a ser igual para los asesinadores. El dictador las miraba desde arriba y hablaba de esas locas, el patriarca. Catorce mujeres con ovarios enormes pidiendo por hijos bajo una dictadura feroz no podían ser otra cosa que locas. Hormonales o psiquiátricas. Como ven los patriarcas a las mujeres.
La foto no es ese primer día. Pero son ellas y es la imagen que las define hacia la historia. Catorce viejas y un niño. Señalando el futuro. Por allá es el camino, les dice. Y ellas van. Como hicieron sus hijos. Que las parieron una y otra vez. Y les dijeron, desde la misma muerte, desde el silencio y la ausencia estruendosa, que otro mundo es posible. Y ellas lo aprendieron a golpes durísimos en el propio corazón.
Cuarenta y tres años circularon. Y sólo el covid19 pudo pararlas. Jamás nadie las detuvo. Ni el ejército. Ni el Judas que les mandó la Armada. Ni los que quisieron apropiarse de los pañuelos. Sólo un virus que las amenaza las exilió de la plaza.
Pero ellas vencieron a todos. Con la dignidad puesta en la cabeza. Con las mariposas en los pañuelos.
Ellas volverán.
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