Son buenos tiempos para hablar de fidelidad, de lealtad. Para mí, este valor ocupa uno de los primeros lugares en mi escala. En nuestra vida cotidiana convivimos con la familia, con nuestros amigos, con nosotros mismos y son tantas las ocasiones de beneficiarnos a costas de estos prójimos nuestros, que faltamos a nuestra obligación moral de la fidelidad.

A menudo, cuando se me plantea un problema grave de actitud política o personal, añoro la Edad Media . No la Edad Media tópica del torneo y del trovador, sino precisamente la época a la que el materialismo histórico llama período oscurantista y que para el mundo occidental fue la sublimación de los valores espirituales del hombre.
En la Edad Media había más malos que buenos, más traidores que nobles , pero por encima de las miserias humanas, regía una escala de valores que colocaba a las virtudes del caballero, que pocos poseían, en la indiscutible cima del sentido de la vida. Por eso añoro en mis problemas la Edad Media.
Porque reconociendo su escala de valores y tomándola como mía, me ha tocado vivir en una sociedad manipulada que no sólo no acepta mi escala de valores sino, y lo que es más cruel, se burlan despiadadamente de esos principios que no encierran más peligro que el de hacer a quien los tenga presente, un hombre.
Mi escala de valores está bien definida, pero el peso del ambiente me hace ser tan sólo un caballero mediocre, que ocupa más tiempo en errar que en seguir sus principios, pero sin embargo tengo claros mis valores, entre  los que ocupa sitio relevante la fidelidad.
Son buenos tiempos para hablar de fidelidad, de lealtad. Para mí, este valor ocupa uno de los primeros lugares en mi escala, después del primero e irrenunciable de todo que es Dios. En nuestra vida cotidiana convivimos con la familia, con nuestros amigos, con nosotros mismos y son tantas las ocasiones de beneficiarnos a costas de estos prójimos nuestros, que faltamos a nuestra obligación moral de la fidelidad.
Además  la televisión, los libros contemporáneos , los diarios….nos incitan a no ser fieles. Los políticos cambian de partido y a ello lo llaman «madurez política». Y más maduro es un político cuanto más abandona sus idealismo de juventud pues está claro para el sistema, que idealismo  y fidelidad son puerilidades.                                                                                                                                                                                                                                                    Planteo la fidelidad  como la aceptación de una causa o de una persona, después de un profundo raciocinio o de mero impulso espiritual. No sé como puede definirse ese impulso pero lo cierto es que el ejercicio habitual de una vida ordenada despierta afectos por causas  o personas que inspiran esa fidelidad. Una vez asumido esa causa, la fidelidad nos permite seguirla al margen del tiempo  y de las expresiones externas e incluso, creo, al margen de la misma causa o persona.
Creo que la fidelidad a una amistad o el amor a la pareja, adquiere su valor más transcendente cuando no es correspondido. Es como  el amor cristiano a nuestros semejantes,   que no es más que una plasmación de la fidelidad hacia Dios y es tanto más heroico cuanto más enemigo es el semejante amado, pues sin dudas no tiene mérito hacer bien.
La extraordinaria y lucida pensadora peruana Sofia Tudela Gastañeta escribió sobre la divinidad :»Esto nos remonta a la relación entre lo Uno y lo múltiple, siendo lo Uno la causa de lo múltiple y encontrándose presente en cada elemento particular y, a su vez, conteniendo sintética e indivisamente a todos los elementos particulares que se concilian en su principio unitario y en él trascienden sus diferencias particulares». Esto no quiere decir que el hombre fiel sea masoquista, pero se sufre. ¿por qué?  Es porque se trasciende mediante la fidelidad. Es un sentimiento de entrega pura y altamente noble.
No es fácil ser fiel. Es incluso heroico. Pero la recompensa de una vida fiel a sus valores que están impresos en nuestra alma es de tan índole que sólo puede hablar de libertad el hombre fiel. Así divinidad, libertad y fidelidad van de la mano.