Revolución es hacer cada día de nuestro pequeño espacio, un lugar digno de habitar
"La Maldita Máquina de Matar" Pinchevsky/ Medina

domingo, mayo 17, 2020

PORASALTO

-Mira, subimos a un techo, nos parapetamos con unas papas, cargamos una subametralladora, dos pistolas…


                                     
Ya habíamos recorrido la geografía de ese pedazo liberado de El Salvador, situado en San Vicente y Usulután, denominado por los compas Frente Paracentral Anastasio Aquino, en homenaje a aquel indio que a fines del siglo XIX se había alzado contra los cuilios junto a sus hermanos, lo que le costó la vida.

Por Jorge Luis Ubertalli Ombrelli

NAC&POP


En San Lorenzo la calle principal llevaba hacia la panamericana, distante tres kilómetros.
Era una calle extraña, con casitas de adobe y techos de tejas rojas a lo largo, más o menos de tres cuadras, que culminaban en ochavas que conducían al mero campo,
De tierra, todas ellas, signaban el paisaje de esa ciudad-aldea tomada por nosotros en ese enero de 1981.
Nuestro comando central se ubicaba a la entrada de ese pueblo casi fantasma, orejano en cuanto a las invasiones de los cuilios, que no llegaban a tomarlo a pesar de sus tanquetas, sus punto 60 encastradas en la torreta, sus G3, sus ametralladoras, sus armamentos modernos made in usa.
Las minas antitanque, las abanico, las vietnamitas, las de contacto construidas por nuestros compañeros en la retaguardia de la zona liberada se constituyeron en una muralla de valor y de fuego contra estos invasores que, una vez anoticiados- ya sin piernas- sobre el poder de las abanico o ardiendo en el abrasador fuego de las antitanque que los penetraba por el culo del bólido y los achicharraba como a paja seca, se habían replegado hacia otros espacios a los cuales violar, menos defendidos, en donde los campesinos y campesinas, junto a sus niños, ancianos, animales, milpas, ranchos, sufrían horrores en las venganzas de esos cobardes.
De pronto llegó jadeando un compañero, se paró junto a mí, convocó al responsable del comando
-Vienen los cuilios, vienen los cuilios…
– Desde donde pues?
-De la ciudá, vedá, por la panamericana vienen…
Jadeando todavía y sorbiendo un pichel de agua fresca el compa informó que varias tanquetas avanzaban por las cercanías, con infantería detrás. Y seguramente venían a por nosotros y por el poblado, punto de entrada a la zona liberada y a unos quince o más kilómetros de nuestro Cuartel General, en Cerros de San Pedro.
Estuvimos preparándonos dos días para esa embestida de los cuilios.
Aceitamos las armas, unas pocas G3, escopetas de caza, algunas M1 y M2, algunas subametralladoras, una vieja ametralladora de pié punto 30, pistolas 45 y 9 milímetros, revólveres 38, ‘papas monimbó’ – que explotaban contra una superficie dura- corvos, machetes campesinos…
Los compañeros estaban acostumbrados al ajetreo y la disposición para el combate frente a las alarmas, a las reales o ficticias entradas de los cuilios, a la jodedera previa al momento límite de la revolución o la muerte y el unidos para combatir hasta la victoria final.
Mis acompañantes ocasionales, dos cineastas venezolanos que habían partido conmigo desde Managua para testimoniar la gesta del PRTC en la zona, se quedaron en la retaguardia con dos M1 y, ante mi reprimenda por acaparar dos armas que debían estar en el frente, regresaron para el Cuartel General de Cerros de San Pedo, acompañados por un compa, a caballo.
La segunda noche me tocó posta y platiqué con Tiburcio, a cargo de la defensa de la aldea ante la ausencia de Horacio, el Comandante, que se había marchado en comisión a San Salvador, y con el Zarco.
Chaparro, regordete, le cabía ese nombre porque lucía unos ojos claros que contrastaban con su piel morena, aindiada, típica de los nonualcos del Pulgarcito centroamericano.
Decidido, narró durante esa noche el sufrimiento de su familia, asesinada por esbirros en su humilde ranchito, lo que lo incentivó a integrarse a la guerrilla para terminar con esa banda de asesinos entrenados y financiados por los gringos y sus aliados demócrata cristianos y escuadrones de la muerte del mayor D’Aubuissón, asesinos en masa de obreros, campesinos, estudiantes y de monseñor Augusto Romero.
El zarco me contó esa noche como en un retén del Partido había bajado de un bus el asesino de su familia, al que reconoció y ajustició allí mismo.
Zezeoso, de buen carácter, el Zarco me respetaba por cuanto el único chele allí era yo, ojos gato como me llamaban, heredados de las altitudes udinenses donde había nacido mamá.
Al siguiente día le propuse lo siguiente: relevar los techos de los ranchos de la calle principal, por donde entrarían las tanquetas, si pasaban las antitanque de los nuestros.
-¿Para que pues?- me inquirió
-Para hacernos de una punto 60 y parque de los jueputas…
-¿Pero como?
-Mira, subimos a un techo, nos parapetamos con unas papas, cargamos una subametralladora, dos pistolas…
Me interrumpió.
-Pero che, cuando entran los carros llegan tirando con la punto 60, agujerean las casas, te agarra cagazón, vedá..
-Hay que conseguir una punto 60 a como sea, para verguear a los aviones de reconocimiento y de combate, de lanzamiento de bombas… ante la falta de RPG1 tenemos las minas antitanque, pero no antiaereos…
-Pero che, no se puede, te digo que los cuilios entran con todo…
-Ya veremos…
Conseguí una escalera y relevé dos o tres techos de esos ranchos, eran realmente frágiles, podrían hundirse ante nuestro peso…pero si logramos estirarnos en el ala posterior el peso se aligera, pensé…y seguí con mi plan de asalto.
El Zarco no estaba muy convencido pero aceptó escucharme.
-Oie- le dije- el plan es este: Subimos y nos estiramos en las cumbreras posteriores del rancho, preparamos las papas, cuando la maquinaza llega trae la torreta abierta, ¿no?
-Si
-Bueno, al pasar frente a nosotros le metemos dos o tres papas por la escotilla y lo vergueamos al ametralladorista…uno lanza las papas y el otro rafaguea…todo será un lio, como decimos nosotros, y en la confusión saltamos al tanque, vergueamos a los tripulantes y nos hacemos de la punto 60…
-Pero che, mirá que nos agarra mucha cagazón cuando llegan echando bala, pues…
– Necesitamos la punto 60 y listo compa… tendremos cagazón pero…
Pasaron tres días más y la tira no apareció.
El Zarco y yo no pudimos concretar el asalto.
Debimos contentarnos con hacer trincheras y cavar pozos de tiradores alrededor de todo el pueblo, junto a los demás compañeros, esperando a una tira que, hasta que yo debí partir de regreso a San Salvador, no apareció.
Tiempo después supe que los cuilios habían entrado en profundidad y habían secuestrado las cintas grabadas por mi y filmadas por mis dos acompañantes venezolanos, insumos de un filme que a duras penas y con algunas filmaciones que lograron ser trasladadas a Nicaragua, llegó a realizarse a medias.
En una de las fotos me reconocí, ya en Mangua, montado sobre un caballo, con un sombrero de paja metido hasta el fondo de mi testa y cargando una M1 y una pistola 11 .25 de mango nacarado, que me habían provisto los compas allí.
Pero el asalto al tanque no pudo realizarse.
No sé qué se habrá hecho del Zarco.
Quizá, en algún entrevero, se reunió definitivamente con los suyos.
Igual que Tiburcio.
Y Margarita.
Y tantos…
La Patria chiquita los llamó y acudieron para hacerla grandota.
JLOU/

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