Nuevamente están allí, tomando banderas que solo
desempolvan al momento de repartir sus miserias o ante un evento deportivo.
Gritan contra todo, se oponen, son los antis, los hijos directos de los que
destrozaron la casa de Yrigoyen, los que vitorearon al cáncer, los que
fusilaron a Valle, los que piensan que “algo habrán hecho”. Son ellos. Los
odiadores, los que impunemente piensan llevarse por delante el sacrificio de
todo un pueblo en medio de la pandemia, sabiendo que sus oros muchas veces les
dará las oportunidades que le serán negadas a aquellos que andamos en el barro.
Allí van, llevándose todo por delante, ante la
mirada complaciente y sonriente de quienes ni siquiera les asiste el coraje y
abren las tranqueras para que las hordas tomen el lugar que su cobardía no les
permite, y los ven desfilar con sus oropeles relucientes, sin observar que sus
pies pisan barro, que esos oros que lo encandilan nunca caerán de sus
carromatos, pero es tanta su fascinación que ven un camino de oro, allí donde
solo hay lodo.
Mientras tanto, aquí abajo, en el barro, en este
frío de invierno, el calor se comparte, el pan se va empequeñeciendo mientras
pasa de mano en mano. Aquí, donde el oro nunca ha de llegar, el barro se seca y
nos brinda caminos, el polvo se deposita y se hace tierra, la Pacha mama que
nos brindará sus frutos. Pero ellos nunca lo entenderán, ni sabrán que
significan estas miradas, creerán que sus riquezas le darán la vida eterna,
pero al final, tarde o temprano, el hombre, que nació siendo polvo, volverá
para ser, tan solo; tierra.
En La Plata, un nueve de julio de
2020, cuando al odio, una vez más se le abrió la tranquera.
Foto Página12.com.ar
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