Los periodistas han
allanado el camino de Assange al Gulag de EE.UU.
Por Jonathan Cook
Fuentes: Counterpunch
Foto: Detención de Assange en la embajada
ecuatoriana en Londres
Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo
Esta semana han comenzado las audiencias en un
tribunal británico para dictaminar sobre la extradición de Julian Assange. Las
vicisitudes de más de una década que nos ha llevado hasta el punto en que nos
encontramos deberían horrorizar a todo aquel preocupado por la creciente
fragilidad de nuestras libertades.
Un periodista y editor ha sido privado de libertad
durante diez años. Según los expertos de Naciones Unidas, Assange ha sido arbitrariamente detenido y torturado la
mayor parte de ese tiempo mediante un estricto confinamiento físico y una
presión psicológica continuada. La CIA ha pinchado sus comunicaciones y
le ha espiado cuando estaba bajo asilo político, en la embajada de Ecuador en
Londres, vulnerando sus derechos legales más fundamentales. La jueza que ha
supervisado las vistas tiene un grave conflicto de intereses (su
familia está muy relacionada con los servicios de seguridad británicos) que no
ha declarado y que debería haberla impedido hacerse cargo del caso.
Todo indica que Assange será extraditado a Estados
Unidos para enfrentarse a un juicio amañado frente a un gran jurado dispuesto a
enviarle a una prisión de máxima seguridad para cumplir una sentencia de
hasta 175 años de prisión.
Todo esto no está pasando en una dictadura de
pacotilla del Tercer Mundo. Está teniendo lugar bajo nuestras narices, en una
gran capital occidental y en un Estado que dice proteger los derechos de la
prensa libre. Está ocurriendo no en un abrir y cerrar de ojos, sino a cámara
lenta, día tras día, semana tras semana, mes tras mes, año tras año.
La única justificación para este ataque implacable
a la libertad de prensa –dejando de lado la sofisticada campaña de ataque que
los gobiernos occidentales y los medios de comunicación sumisos han llevado a
cabo contra la personalidad de Assange– es que un hombre de 49 años
publicó documentos que mostraban los crímenes de guerra de EE.UU.
Esa es la razón –la
única razón– por la que Estados
Unidos pretende su extradición y por la que Assange ha estado languideciendo en
confinamiento solitario en la prisión de alta seguridad de Belmarsh durante la
pandemia del covid-19. La solicitud de libertad bajo fianza promovida por sus
abogados fue rechazada.
Una cabeza en una pica
Mientras toda la prensa le abandonaba hace una
década, y se hacía eco de los comentarios oficiales que lo ridiculizaban por su
higiene personal y el tratamiento a su gato, Assange se encuentra actualmente
en la situación que predijo en su día que estaría si los gobiernos occidentales
se salían con la suya. Está a la espera de su entrega a Estados Unidos para ser
encerrado el resto de sus días.
Dos son los objetivos que Estados Unidos y Reino
Unido querían lograr mediante la evidente persecución, reclusión y tortura de
Assange.
En primer lugar, la inhabilitación de el propio
Assange y de Wikileks, la organización de transparencia que fundó con otros
colaboradores. El uso de Wikileaks tenía que ser demasiado arriesgado para
potenciales denunciantes de conciencia. Esa es la razón por la que Chelsea
Manning (la soldado estadounidense que filtró los documentos sobre crímenes de
guerra de Estados Unidos en Irak y Afganistán por los que Assange se enfrenta a
la extradición) también fue sometida a una rigurosa reclusión. Posteriormente
sufrió repetidos castigos en la prisión para forzarla a testificar contra
Assange.
El propósito era desacreditar a Wikileaks y
organizaciones similares y evitar que publicaran nuevos documentos reveladores,
del tipo de los que muestran que los gobiernos occidentales no son los “chicos
buenos” que manejan los asuntos del mundo en beneficio de la humanidad, sino
matones globales muy militarizados que promueven las mismas políticas coloniales
de guerra, destrucción y pillaje que siempre han aplicado.
Y, en segundo lugar, había que sentar ejemplo.
Assange tenía que sufrir horriblemente y a la vista de todos para disuadir a
otros periodistas de seguir sus pasos. Sería el equivalente moderno de colocar
la cabeza del enemigo en una pica a las puertas de la ciudad.
El hecho evidente –confirmado por la cobertura
mediática del caso– es que esa estrategia promovida principalmente por EE.UU. y
Reino Unido (con Suecia jugando un papel secundario) ha tenido un enorme éxito.
La mayor parte de los periodistas de los grandes medios siguen vilipendiando
con entusiasmo a Assange, ahora al ignorar su terrible situación.
Una historia oculta a vista de todos
Cuando Assange se apresuró a buscar asilo político
en la embajada de Ecuador en 2012, los periodistas de todos los medios
convencionales ridiculizaron su afirmación (ahora claramente justificada) de
que intentaba evadir la iniciativa de EE.UU. para extraditarle y encerrarle de
por vida. Los medios continuaron con su burla incluso cuando se acumularon
pruebas de que un gran jurado se había reunido en secreto para redactar
acusaciones de espionaje contra él, y que dicho jurado actuaba desde el
distrito oriental de Virginia, sede central de los servicios de seguridad e
inteligencia estadounidense. Cualquier jurado de la zona está dominado por el
personal de seguridad y sus familiares. No tenía ninguna esperanza de lograr un
juicio justo.
Llevamos ocho años soportando que los grandes
medios eludan el fondo del caso y se dediquen complacientes a atacar su
personalidad, lo que ha allanado el camino para la actual indiferencia del
público ante la extradición de Assange y ha permitido la ignorancia general de
sus horrendas implicaciones.
Los periodistas mercenarios han aceptado, al pie de
la letra, una serie de razonamientos que justifican el encierro indefinido de
Assange en interés de la justicia –antes incluso que su extradición– y que se
pisotearan sus derechos legales más básicos. El otro lado de la historia –el de
Assange, la historia oculta a vista de todos– ha permanecido invariablemente
fuera de la cobertura mediática, ya sea de la CNN, o del New York Times, la BBC o el Guardian.
Desde Suecia hasta Clinton
Al principio se dijo que Assange había huido para
no responder a las acusaciones de agresión sexual presentadas en Suecia, a
pesar de que fueron las autoridades suecas las que le permitieron salir del
país; a pesar de que la fiscal original del caso, Eva Finne, descartara la
investigación contra él por “no existir sospecha alguna de cualquier delito”,
antes de que otra fiscal tomara el caso por razones políticas apenas ocultas; y
a pesar de que Assange posteriormente invitara a la fiscalía sueca a interrogarle
en el lugar donde se encontraba (en la embajada), una opción que normalmente no
supone ningún problema en otros casos pero fue absolutamente rechazada en este.
No se trata solo de que los grandes medios no
proporcionaran a sus lectores el contexto de la versión de Suecia. Ni de que se
ignoraran muchos otros factores a favor de Assange, como la prueba falsificada
en el caso de una de las dos mujeres que alegaron agresión sexual y la negación
por parte de la otra a firmar la acusación de violación que la policía había
preparado para ella.
Se mentía burda y repetidamente al decir que se
trataba de una “denuncia de violación”, cuando Assange simplemente era
requerido para un interrogatorio. Nunca se levantaron cargos de violación
contra él porque la segunda fiscal sueca, Marianne Ny –y sus homónimos
británicos, entre otros Sir Keir Starmer, entonces fiscal jefe del caso y ahora
líder del Partido Laborista– aparentemente intentaban evitar la poca
credibilidad de las alegaciones interrogando a Assange. Era mucho mejor para
sus propósitos dejar que Julian se pudriera en un pequeño cuarto de la
embajada.
Cuando el caso sueco se vino abajo –cuando resultó
evidente que la fiscal original tenía razón al concluir que no existía prueba
alguna que justificara nuevos interrogatorios, por no decir acusaciones firmes–
la clase política y los medios de comunicación cambiaron de táctica.
De repente la reclusión de Assange estaba
implícitamente justificada por razones completamente diferentes, razones políticas –porque supuestamente había
contribuido a la campaña presidencial de 2016 de Donald Trump publicando
correos electrónicos, presuntamente “hackeados” por Rusia de los servidores del
partido Demócrata. El contenido de esos correos, ocultos por
los medios en aquel entonces y muy olvidados en la actualidad, desvelaban la
corrupción en la campaña de Clinton y las iniciativas llevadas a cabo para
sabotear las primarias del partido y debilitar a su rival para la nominación
presidencial, Bernie Sanders.
The Guardian fabrica una mentira
A la derecha autoritaria no le ha preocupado mucho
el prolongado confinamiento de Assange en la embajada y su posterior
encarcelamiento en Belmarsh por haber sacado a la luz los crímenes de guerra de
EE.UU., por tanto la prensa no ha invertido ningún esfuerzo en unirla para la
causa. La campaña de demonización contra Assange se ha centrado en temas a los
tradicionalmente son más sensibles los liberales y la izquierda, que de otro
modo tendrían escrúpulos en tirar por la borda la Primera Enmienda y encerrar a
la gente por hacer periodismo.
Al igual que las alegaciones de Suecia, a pesar de
que no concluyeran en ninguna investigación, se aprovecharon de lo peor de las
impulsivas políticas identitarias de la izquierda, la historia de los correos
“hackeados” fue diseñada para distanciar a la base del partido Demócrata. Por
extraordinario que parezca, la idea de que Rusia penetró en los ordenadores del
partido Demócrata persiste a pesar de que pasados los años –y tras una ardua
investigación del “Rusiagate” a cargo de Robert Mueller– todavía no se puede
sostener con pruebas reales. De hecho, algunas de las personas más cercanas a
la materia, como el antiguo embajador británico Craig Murray, han insistido
todo el tiempo en que los correos no fueron hackeados por Rusia, sino filtrados por un miembro desengañado
del partido Demócrata desde el interior.
Pero todavía es un argumento de mayor peso el hecho
de que una organización de transparencia como Wikileaks no tenía más opción que
exponer los abusos del partido Demócrata, una vez que obraron en su poder
dichos documentos, fuera cual fuera la fuente.
Una vez más, la razón por la que Assange y
Wikileaks acabaron mezclados con el fiasco del Rusiagate –que desgastó la
energía de los simpatizantes demócratas en una campaña contra Trump que lejos
de debilitarle le fortaleció– es la cobertura crédula que realizaron
prácticamente todos los grandes medios del caso. Periódicos liberales como
el Guardian fueron aún más lejos y
fabricaron descaradamente una historia –en la que falsamente informaban de que
el asistente de Trump, Paul Manafort, y unos “rusos” sin nombre visitaron en
secreto a Assange en la embajada– sin que ello les trajera repercusiones ni
llegaran a retractarse en ningún momento.
Se ignora la tortura de Assange
Todo ha posibilitado lo ocurrido posteriormente.
Una vez que el caso de la fiscalía sueca se desvaneció y no existían motivos
razonables para impedir que Assange saliera en libertad de la embajada, los
medios de comunicación decidieron en comandita que el quebrantamiento técnico
de la libertad vigilada era motivo suficiente para su reclusión continuada en
la embajada o, mejor aún, para su detención y encarcelamiento. Dicho
quebrantamiento se basada, desde luego, en la decisión de Assange de buscar
asilo en la embajada motivada por el justificada creencia en que Estados Unidos
planeaba pedir su extradición y encarcelamiento.
Ninguno de estos periodistas bien pagados pareció
recordar que, según el derecho británico, está permitido no cumplir las
condiciones de la fianza si existe una “causa razonable”, y huir de la
persecución política entra evidentemente dentro de las causas razonables.
Los medios de comunicación también ignoraron
deliberadamente las conclusiones del informe de Nils Melzer, académico suizo de
derecho internacional y experto de Naciones Unidas en la tortura, según las
cuales Reino Unido, EE.UU. y Suecia no solo habían negado a Assange sus
derechos legales básicos sino que se habían confabulado para someterle a años
de tortura psicológica –una forma de tortura, según señalaba Melzer,
perfeccionada por los nazis por ser más cruel y más efectiva que la tortura
física.
Como resultado, Assange ha sufrido un importante
deterioro en su salud física y cognitiva y ha perdido mucho peso. Nada de
ello ha merecido más allá de una simple mención por parte de los grandes medios
–especialmente cuando su mala salud le ha impedido asistir a alguna audiencia.
Las repetidas advertencias de Melzer sobre el maltrato a Assange y sus efectos
han caído en oídos sordos. Los medios de comunicación simplemente han ignorado
las conclusiones de Melzer, como si nunca hubieran sido publicadas, en el
sentido de que Assange ha sido, y está siendo, torturado. Solo tenemos que
detenernos a pensar la cobertura que habría recibido el informe de Melzer si
hubiera sido motivado por el tratamiento a un disidente de un Estado
oficialmente enemigo como Rusia o China.
La sumisión de los medios de comunicación ante el
poder
El año pasado la policía británica –en coordinación
con un Ecuador presidido por Lenin Moreno, ansioso por estrechar sus lazos con
Washington– irrumpió en la embajada para sacar a la fuerza a Assange y
encerrarle en la prisión de Belmarsh. Los periodistas volvieron a mirar hacia
otro lado en la cobertura de este suceso.
Llevaban cinco años manifestando la necesidad de
“creer a las mujeres” en el caso de Assange, aunque eso supusiera ignorar las
evidencias, y luego proclamando la santidad de las condiciones de la fianza,
aunque se usaran como un simple pretexto para la persecución política. Ahora,
todo eso había desaparecido en un instante. De repente, los nueve años de
reclusión de Assange basados en la investigación de una agresión sexual
inexistente y una infracción menor de la fianza fueron sustituidos por la
acusación por un caso de espionaje. Y la prensa volvió a unirse contra él.
Hace unos pocos años la idea de que Assange pudiera
ser extraditado a EE.UU. y encerrado de por vida, al considerar “espionaje” su
práctica del periodismo, era objeto de mofa por su inverosimilitud. Era algo
tan ofensivamente ilegal que ningún periodista “establecido” podía admitir que
fuera la verdadera razón para su solicitud de asilo en la embajada. La idea fue
ridiculizada como un producto de la imaginación paranoide de Assange y sus
seguidores y una excusa fabricada para rehuir la investigación de la fiscalía
sueca.
Pero cuando la policía británica invadió la
embajada en abril del pasado año y le detuvo para facilitar su extradición a
Estados Unidos, precisamente acusándole de espionaje, lo que confirmaba las
sospechas de Assange, los periodistas informaron de ello como si desconocieran
el trasfondo de la historia. Los medios olvidaron deliberadamente el contexto
porque les habría obligado a aceptar que son unos ingenuos ante la propaganda
estadounidense, unos apologistas del excepcionalismo de Estados Unidos y de su
ilegalidad, y porque habría demostrado que Assange, una vez más, tenía razón.
Habría demostrado que él es el verdadero periodista, y no ellos y su periodismo
corporativo apaciguado, complaciente y sumiso.
La muerte del periodismo
En estos momentos todos los periodistas del mundo
deberían rebelarse y protestar ante los abusos que ha sufrido y está sufriendo
Assange, un fatídico destino que se prolongará si se aprueba su extradición.
Deberían estar publicando en las primeras páginas y manifestando en los
programas informativos de televisión su protesta por los abusos interminables y
descarados del proceso contra Assange en los tribunales británicos, entre otros
el flagrante conflicto de intereses de Lady Emma Arbuthnot, la juez que
supervisa el caso.
Deberían armar un escándalo por la vigilancia
ilegal de la CIA a la que fue sometido Assange mientras se hallaba
recluido en las instalaciones de la embajada ecuatoriana, e invalidar la falsa
acusación contra él por haber violado las relaciones entre abogado y cliente.
Deberían mostrarse indignados ante las maniobras de Washington, a las que los
tribunales británicos aplicaron una fina capa del barniz del procedimiento
reglamentario, diseñado para extraditarle bajo la acusación de espionaje por
realizar un trabajo que está en el mismo núcleo de lo que se supone es el
periodismo: pedir cuentas al poder.
Los periodistas no tienen por qué preocuparse por
Assange ni este tiene por qué caerles bien. Tienen que manifestar su protesta
porque la aprobación de su extradición marcará la muerte oficial del
periodismo. Significará que cualquier periodista del mundo que desentierre
verdades embarazosas sobre Estados Unidos, que descubra sus secretos más
oscuros, tendrá que guardar silencio o se arriesgará a pudrirse en una cárcel
el resto de su vida.
Esa perspectiva debería horrorizar a cualquier
periodista. Pero no ha ocurrido así.
Carreras y estatus, no la verdad
Claro está que la inmensa mayoría de periodistas
occidentales no llegan a desvelar un secreto importante de los centros de poder
en toda su carrera profesional, ni siquiera aquellos que aparentemente se
dedican a monitorizar esos centros de poder. Dichos periodistas reescriben los
comunicados de prensa y los informes de los grupos de presión, sonsacan a
fuentes internas del gobierno que los utilizan para llegar a las grandes
audiencias y transmiten los chismes y maledicencias de los pasillos del poder.
Esa es la realidad del 99 por ciento de lo que
llamamos periodismo político.
No obstante, el abandono de Assange por parte de
los periodistas –la completa falta de solidaridad ante la persecución
flagrante de uno de ellos, similar a la de los disidentes que tiempo atrás eran
enviados a un gulag– debería deprimirnos. No significa solo que los periodistas
han abandonado la pretensión de hacer auténtico periodismo, sino también que
han renunciado a la aspiración de que cualquier otro lo haga.
Significa que los periodistas de los grandes
medios, los medios corporativos, están dispuestos a ser considerados por sus
audiencias con mayor desdén de lo que ya lo son. Porque, a través de su
complicidad y su silencio, se han puesto del lado de los gobiernos para que
cualquiera que pida cuentas al poder, como Assange, termine entre rejas. Su propia
libertad les encasilla como una élite cautiva; la prueba irrefutable de que
sirven al poder es que no lo confrontan.
La única conclusión posible es que a los
periodistas de los grandes medios les importa menos la verdad que su carrera
profesional, su salario, su estatus y su acceso a los ricos y poderosos. Como
Ed Herman y Noam Chomsky explicaron hace tiempo en su libro Los guardianes de la libertad, los periodistas alcanzan la
clase media tras un largo proceso diseñado para deshacerse de aquellos que no
están claramente en sintonía con los intereses ideológicos de sus editores.
Una ofrenda sacrificial
En resumen, Assange desafió a todos los periodistas
al renunciar a su “acceso” (a dios) y a su modus operandi: revelar destellos
ocasionales de verdades muy parciales obtenidas de sus fuentes “amigables” (e
invariablemente anónimas) que utilizan los medios de comunicación para marcar
puntos a sus rivales de los centros de poder.
En vez de eso, a través de denunciantes de
conciencia, Assange desenterró la verdad cruda, sin adornos, plena, cuya
exposición a la luz pública no ayudaba a ningún poderoso, solo a nosotros, al
público, cuando tratábamos de entender lo que se estaba haciendo y se había
hecho en nuestro nombre. Por primera vez pudimos ser testigos del
comportamiento peligroso y a menudo criminal de nuestros dirigentes.
Assange no solo puso en evidencia a la clase
política, también a los medios de comunicación, por su debilidad, su
hipocresía, su dependencia de poder, su incapacidad para criticar el sistema
corporativo en el que están inmersos.
Pocos de ellos pueden perdonarle ese delito. Y esa es la razón por la que estarán
ahí, alentando su extradición, aunque solo sea mediante su silencio. Unos pocos
escritores liberales esperarán hasta que sea demasiado tarde para Assange,
hasta que haya sido empaquetado para su entrega, y expresarán en columnas
dolientes, con poco entusiasmo y de forma evasiva, que por muy desagradable que
se supone que sea Assange no se merecía el tratamiento que Estados Unidos le había
reservado.
Pero eso será demasiado poco y demasiado tarde.
Assange necesitaba hace tiempo la solidaridad de los periodistas y de las
asociaciones de prensa, así como la denuncia a pleno pulmón de sus opresores.
Él y Wikileaks estaban a la vanguardia de un combate para reformular el
periodismo, para reconstruirlo como el verdadero control del poder desbocado de
nuestros gobiernos. Los periodistas tenían la oportunidad de unirse a él en esa
lucha. En vez de eso huyeron del campo de batalla, dejándole como una oferta
sacrificial ante sus amos corporativos.
Más información sobre la persecución a Assange
(vídeo en inglés): The War on Journalism: The Case
of Julian Assange (38’)
Fuente: https://www.counterpunch.org/2020/09/04/journalists-have-paved-assanges-path-to-a-us-gulag/
La presente traducción puede reproducirse
libremente a condición de que se respete su integridad y se nombre a su autor,
a su traductor y a Rebelión como fuente de la misma.
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