La nueva generación de jóvenes que abrazan los discursos antiderechos y supuestamente libertarios ganan visibilidad a fuerza de prepotencia y un tono incendiario, como el del youtuber que amenazó de muerte a CFK. Hablarles desde la vereda del orden y la reproducción de lo actual y lo posible no hace más que alejarnos de ellos, analiza Pablo Vommaro.
Por Pablo Vommaro
Que las juventudes están en las redes sociales y el mundo digital no es algo nuevo. Sin embargo, la pandemia exacerbó este ámbito como un espacio de sociabilidad y encuentro cotidiano cada vez más relevante. Al mismo tiempo y en una suerte de anverso, las dinámicas presenciales y la ocupación del espacio público cobraron una importancia creciente mostrando que el mundo virtual no agota la potencia de la cercanía corporal: las restricciones a la presencialidad física no interrumpieron de manera duradera los procesos de movilización social preexistentes a la pandemia.
¿Cuáles son las juventudes que están en las redes sociales y en las calles en la Argentina actual? Podríamos decir que son diversas, múltiples, plurales. Dentro de esta diversidad, hay una expresión juvenil que viene ganando visibilidad mediática y voz pública: se autodenominan anarcoliberales, neoliberales, anticomunistas o libertarias. Son las llamadas juventudes de ultraderecha.
Hasta hace poco sin un lugar protagónico, ahora ocupan el debate público con cada vez más frecuencia. Hoy las redes están inundadas de la conversación sobre El Presto, el youtuber detenido e imputado por los delitos de incitación al odio y la violencia y por amenazas dirigidas a CFK. Por y a pesar de sus mensajes, su foto con Videla, y todo lo que se destapa de su pasado, el pedido de liberación se hace oír gracias a ese grupo intenso y mayormente joven que lo apoya.
En uno de sus últimos mensajes quincenales Alberto Fernández les habló especialmente a lxs jóvenes. Si bien es importante que sean visibilizadxs, que se lxs tenga en cuenta y se lxs escuche; el mensaje presidencial tuvo algo de un llamado adultocéntrico a la responsabilidad, sin traspasar ciertas barreras generacionales y hacer un esfuerzo extra por la empatía, la interlocución horizontal y la comprensión situada. Fue más una invocación desde el mundo adulto que una invitación realizada desde las realidades juveniles cotidianas. Pero estuvieron presentes en el discurso del Presidente (como lo están muchas veces en los partes diarios del Ministerio de Salud) y eso es relevante. Es algo para considerar y ensanchar, no para pasar por alto.
Dentro de todas esas maneras de ser, estar, producirse y presentarse como jóvenes, hay un fenómeno mundial al que Argentina no escapa. La derecha se juveniliza: busca generar empatía, usa léxico de jerga y se mueve con estereotipos y preconceptos sobre lxs jóvenes que a veces muestran ser efectivos.
Personajes similares a El Presto, como Emmanuel Danann o Lilia Lemoine (quien hasta hace poco se reconocía como troll de Javier Milei, que es a su vez empleado de un billonario argentino que hizo negocios al quedarse con los aeropuertos construidos por el Estado sin pagar el correspondiente canon) son otros ejemplos de esto. Hace tiempo que están en las redes y ahora llegaron a la tele (que parece resurgir con el quedate en casa de la pandemia). Usan un look que llama la atención y un lenguaje agresivo y descalificador para dar mensajes que se replican entre ciertas juventudes, hablando de una supuesta libertad individual extrema, en contra de los impuestos, de la fiscalidad estatal, de los derechos colectivos y agitando fantasmas de un comunismo momificado. Parece un discurso novedoso, pero lo que en 1989 fue tragedia con un Bernardo Neustadt, convenciendo al país de arrojarse por el precipicio, hoy es más que nada farsa. Y una vez más, sin quererlo, un grupo social, en este caso las juventudes que se reconocen de derecha, le es útil a las corporaciones que sólo saben hacer negocios con los activos del estado.
Estas expresiones de descontento juvenil o juvenilizado muestran que las juventudes exigen ser escuchadas, aunque en el revuelo terminen dando discursos regresivos y reaccionarios. Parafraseando consignas de otras épocas, estas juventudes parecen vociferar ¡Mercado Libre sí, estado y comunismo no!
No tienen en cuenta que Mercado Pago es prácticamente un monopolio beneficiado con exenciones impositivas que no corresponden porque su negocio no es la producción de software sino la especulación financiera de siempre, ahora en nuevo envase.
Sería riesgoso no interpretar el malestar de estxs jóvenes que tienen discursos regresivos, reaccionarios o de derecha: ellos entienden que las cosas están mal, que hay un statu quo que perpetúa las desigualdades y que no los satisface. Y actúan asimilando ese diagnóstico. El tema es que la solución que ven a esos problemas termina siendo contraproducente y atenta contra lo que ellos mismos desean atacar o dicen querer cambiar. Es un discurso aparentemente liberal, superficial, que promete que, con una receta simple, rápidamente todo funcionará mejor sin explicar bien cómo hacerlo, sin dar cuenta de que esta receta ya fracasó y que este liberalismo autóctono no podría sobrevivir sin subsidios y prebendas estatales.
Si asumimos que hay elementos que necesitan ser modificados y que hay un estado de cosas que no es justo, sería riesgoso contestarles a quienes reaccionan contra esta situación (aunque sea de manera contraria al logro de lo que enuncian que se proponen) desde la defensa de lo establecido.
Colocarse en la vereda del orden y la reproducción de lo actual y lo posible no hace sino alejarnos de estos y otros jóvenes que quieren cambiar la situación. Más bien habría que distanciarse del sistema imperante, poder mostrar que los que reproducen un mundo injusto y desigual son quienes se proclaman liberales o están contra lo colectivo, que son ellos quienes defienden una lógica que no da lugar a la realización individual y colectiva y que nosotros estamos por el cambio, no por la defensa de lo existente. Si asumimos esta base y somos capaces de construir un discurso empático y generacionalmente situado, podremos disputar los mensajes dominantes, el sentido del cambio y los caminos que vaya surcando el malestar.
Claro que también es necesario involucrar a lxs jóvenes en las decisiones, hacerlos parte de las políticas públicas, de su diseño, implementación y evaluación. Escucharles, reconocerles, visibilizarles.
Es importante entender las diversas realidades juveniles en pandemia. Las de la precarización laboral, las de las desigualdades (territoriales, de género, educativas), las de la imposibilidad de compartir presencialmente los espacios de socialización y encuentro, las que viven los conflictos intrafamiliares e intergeneracionales sin posibilidad de fuga, las que encuentran dificultades en la virtualización de la vida, las que intensifican sus mundos en las redes sociales y el espacio digital, las que están ávidas por expresar sus malestares e insatisfacciones.
Construyendo empatías, comprendiendo dinámicas y códigos generacionales, desandando discursos adultocéntricos e interpelando a las juventudes desde sus realidades cotidianas y sus experiencias es posible que logremos comprensión de que lo común es el camino. Que la salud se volvió una cuestión colectiva y pública. Que de esta crisis sanitaria y económica se sale con un fortalecimiento de la capacidad estatal de gestionar, cuidar y ampliar lo público; con un sector privado que busque la inversión y no la prebenda y con una sociedad más fuerte, que defienda sus espacios y derechos.
*Pablo Vommaro es Profesor de Historia y doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Posdoctorado en Ciencias Sociales, Niñez y Juventud e investigador del CONICET.
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