La policía de los cuerpos ataca todo el año, pero
en esta época se recrudece en forma de estereotipos y mensajes estigmatizantes
en los medios y la publicidad. La diversidad corporal que habitamos y vemos a
diario no existe: sólo hay lugar para personas flacas, blancas y cis.
Por Natalia Arenas
Imagen: Federico Mercante
Para llegar al verano tenés que tener otro cuerpo.
Para ponerte una bikini, ir a la pileta o a la playa, tu cuerpo no sirve. Si ya
no llegás a cambiarlo, tenés que buscarte una malla que te favorezca. Palabras
más, palabras menos, ese es el mensaje que se multiplica cada verano en algunos
medios de comunicación, como la Revista Para ti que hace unos días, y como
todos los años, nos ofreció a las mujeres jóvenes blancas cis, una guía para
saber qué malla nos conviene usar según “el tipo” de cuerpo que tenemos.
La diversidad corporal que habitamos, observamos,
sentimos, tocamos a diario, es perseguida en cualquier época del año, pero
sobre todo en verano, por una policía de los cuerpos que nos dice que hay
algunos válidos, mostrables, tocables y otros merecedores del señalamiento, el
estigma y la discriminación.
A Laura Contrera, feminista activista por la
diversidad corporal, le gusta pensar esta insistencia de los medios como un
mito fundacional: “Todos los años se necesita apelar al deseo hecho norma, que
es algo muy propio del neoliberalismo, y esto se hace mediante la reiteración
ritual de estos mitos fundacionales del cuerpo perfecto”.
“Lo cierto es que nadie encarna ese ideal. Pero
también es cierto que hay cuerpos que son más válidos que otros y que están más
cerca de ese ideal. Esta suerte de reiteración ritual lo que hace es seguir
manteniendo en sus coordenadas al mundo que es heterocisnormativo, capacitista,
racista, clasista, blanco y magro”, opina.
La pregunta que resuena es cómo siguen calando estos
mensajes no sólo en los medios y en la publicidad, sino en la vida cotidiana,
aún con los debates y transformaciones que se vienen dando desde los
transfeminismos. Para Contrera, “incluso los feminismos, en su diversidad, no
dejan de estar atravesados por estas coordenadas”. Y abre el debate: “Con la
gordura los feminismos todavía tienen una deuda a saldar”.
Dentro y fuera de los feminismos, la militancia
gorda tuvo y tiene que ver con esas transformaciones. “Si hay una victoria
tangible del activismo gorde tiene que ver con poder nombrar a la gordofobia,
visibilizarla, y que a partir de eso se la pueda denunciar y resistir”, dice
Contrera.
“Para cambiar una matriz compleja de opresión, las
estrategias tienen que ser múltiples, porque ahí están interviniendo intereses
poderosísimos, como los de la industria médica farmacéutica de la dieta o de
las industrias del fitness, que son negocios que ayudan a sostener todos estos
ideales corporales”, agrega.
El estigma no opera sólo en la variable
peso/tamaño. Es interseccional. El cuerpo que escapa a lo heterocisnormativo
también es señalado. “Los activismos estamos trabajando no sólo por la
inclusión sino por la liberación colectiva de estas opresiones, por la
despatologización y la autonomía corporal de una manera más amplia que articule
varias luchas. De lo que hablamos acá es de la policía de los cuerpos. Que
también es la policía de los géneros, de la blanquitud, de la capacidad. Todas
estas policías van de la mano”, cierra Contrera.
“Creo que si los medios hegemónicos siguen
reproduciendo este tipo de violencias es porque hay una parte de la sociedad
que avala esto: que sigue considerando que hay algo normal y algo anormal”,
dice Daiana Travesani. En octubre de 2016, en Rosario, una botella que alguien
tiró desde un balcón le pegó en la cabeza. Desde entonces, y tras dos
operaciones, prótesis y rehabilitación, camina con bastones.
“Yo no nací renga. Adquirí mi identidad disca a los
24 años. Tuve que trabajar mucho en el tema de la mirada estigmatizante sobre
mi cuerpo y mi nueva corporalidad. Y me costó horrores porque justamente
nuestra sociedad sigue inculcando ciertos tipos de belleza, de cuerpo o de
movimientos como lo normal, lo lindo”, cuenta Travesani.
Desde que empezó a militar su identidad disca,
Daiana encontró apoyo en el feminismo: sobre todo en el activismo trans y en el
afrodescendiente. “En ciertos puntos de nuestras luchas, peleamos contra
estándares que nos imponen, que nos lastiman. Peleamos para que nuestras
corporalidades se reconozcan y sean aceptadas como parte de una diversidad. No
digo que sean luchas iguales, porque no lo son. Cada cual tiene su
particularidad, pero podemos hermanarlas y hacer un frente más potente para
romper con estos ideales de belleza, de corporalidades y de lo normativo”,
explica.
Ante la pregunta de por qué los medios reproducen
estos estereotipos, Victoria Stéfano, periodista trans de Santa Fe, dice que es
algo que viene desde hace muchos años: “Tanto la sociedad como los medios están
atravesados por el paradigma médico criminalizante que prioriza ciertos cuerpos
y descarta otros. Desde la medicina hay una asunción de que tanto el cuerpo
gordo como el cuerpo travesti es un cuerpo enfermo, al que hay que solucionar y
que todo proceso de salud va a ser mucho más fácil si ese cuerpo se normaliza”.
Pero en los últimos años ve una diferencia. Cree
que siguen reproduciendo las mismas estructuras pero que ahora se trata de una
reacción. “Después de siglos de ser las sujetas abyectas, los cuerpos a
castigar y a normalizar, hoy estamos poniendo en peligro un régimen por nuestra
visibilidad, por nuestras militancias, por nuestras conquistas políticas, por
lo que el feminismo ha significado como movimiento de liberación que logró
sacudir los esquemas del deseo, los esquemas corporales y de la visibilidad, y
donde hoy las travestis, las trans, las gordas, las negras, las putas empezamos
a disputar el espacio público, el discurso comunicacional y la visibilidad”.
Para acceder a “ciertos derechos y privilegios”,
Victoria se “normalizó”. “Yo tomé el camino de los cobardes”, dice. “En algún
punto la mella que produce el sistema logra impregnarte de cierto desprecio que
tiene que ver con que tu cuerpo debe sufrir determinadas modificaciones para
poder acceder a derechos y privilegios”, cuenta. “Pero no debería ser la
salida: la salida es la de seguir resistiendo a esa normalización”, afirma.
Gabriela Bruno tiene 44 años y es psicóloga social.
Es de Santa Fe y nació sin una pierna. La mirada de les otres siempre la tuvo
muy presente. Pero también logró neutralizarla. “Cuando era más chica, iba con
mis amigas a la playa. Llegaba hasta el borde del agua, me sacaba la prótesis y
sabía que tenía mil ojos encima. Pero nunca dejé de hacerlo. El tema es que esa
mirada no es sólo para mí, pesa también en las personas que te acompañan”,
explica.
Gabriela tiene mil anécdotas sobre las miradas y su
cuerpo. Anécdotas que empiezan con su propia visión: el mirarse al espejo sólo
de la cintura para arriba, porque lo que no se ve o no se muestra, no existe.
Y, por supuesto, la mirada ajena: como cuando estaba en la AFIP esperando para
hacer el monotributo y pasó una persona, la miró y le dio unas monedas.
Para ella, la insistencia de los medios con los
cuerpos perfectos viene de “la vieja ola”, donde el ideal de belleza estaba
ligado a las mujeres “flaquísimas, rubias”. Cree que esto se modificó y que las
nuevas generaciones lo toman de una manera más natural y relajada. Pero también
considera que la indumentaria “sigue dejando afuera a un montón de mujeres”.
“Mujeres con discapacidad, mujeres que nos encontramos en cuerpos que no están
estandarizadas o no están pensados desde los estándares normativos de la
estética de la indumentaria”, detalla.
La ESI y más allá
“Si pensamos en las nuevas generaciones, la ESI es
una apuesta indispensable. Pero también tenemos que pensar en otras políticas
públicas: instrumentos de medición de las discriminaciones y de las necesidades
de la población, índices de salud que no sean gordofóbicos, ni capacitistas, ni
racistas, ni clasistas ni heterocisnormativos”, dice Contrera. “No alcanza con
hablar de positividad corporal, de quererse a uno mismo ni con incluir más
diversidad, como hacen algunas publicidades. Hay que salir de estos marcos del
neoliberalismo y pensarlo en términos de derechos humanos, de justicia social y
de articulación de luchas por la diversidad corporal”.
Para Stéfano, la ESI fue “una enorme punta de
lanza, pero nos quedamos en el camino”. “Necesitamos una reforma integral de
los contenidos educativos, para que el sistema deje de escupir pibites que van
a replicar un montón de violencias sociales hacia determinadas corporalidades”.
“No
podemos seguir viendo pibes que se van a convertir en adultes rotes por un
sistema que los atraviesa con un montón de violencias hacia sus cuerpos y sus
existencias. Y claramente ese trabajo tiene que ver con un paradigma de
diversidad corporal que atraviesa transversalmente a la educación, pero no
podemos hablar de ese paradigma sin abordar los contenidos educativos donde
están borrados les negres, los cuerpos travas, trans, los cuerpos gordos”,
agrega.
Licenciada en Periodismo de la Universidad Nacional
de Lomas de Zamora. Diplomada de la Universidad de Buenos Aires en Géneros y
Movimientos Feministas. Redactora en Cosecha Roja. Colaboradora en distintos
medios. En 2018 ganó el Premio Lola Mora en la categoría prensa digital por su
trabajo en Cosecha Roja.
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