Por Gabriel Rodriguez
La batalla de Salta del 20 de febrero de 1813
significa uno de los hitos militares más importantes del proceso emancipador.
La
batalla de Tucumán de septiembre de 1812, el ejército del norte y su primera
avanzada hacia el Alto Perú, había hecho ya retroceder las fuerzas reales al
mando de Pío Tristán hasta la provincia de Salta. Allí, éste, no podía pensar
demasiado en una contraofensiva, sólo esperar el apoyo de un ejército realista
acantonado en Potosí. Que allá por 1812 tenía que lidiar con una actividad
guerrillera intensa de los sectores patriotas derrotados en la rebelión de
Cochabamba. La situación para los españoles de América era la de mirar con
esperanza las posibilidades de que la metrópoli reconquistada a los franceses,
pudiera socorrer en sus apuros a los gobiernos virreinales. Claro que primero
tenían que lograr las Cortes hacedoras de la Revolución Liberal anti absolutismo,
que la situación en España se despejara de toda incertidumbre. Por otro lado no
pocos eran los que pensaban en estas regiones que solamente la presencia de una
monarquía restablecida fuerte y soberana podía asumir la tarea de pacificar en
beneficio del imperio a la América convulsionada.
El
nuevo gobierno de Buenos Aires, el segundo Triunvirato, entendiendo que la
oportunidad era inmejorable, ordena a Belgrano avanzar sobre Salta para seguir
golpeando al enemigo hasta hacerlo retirar más allá de Jujuy. El general del
Ejército del Norte, sin embargo, cree que no hay posibilidades concretas de
éxito sin antes reorganizar las fuerzas disponibles, y conformar una plana de
al menos 4000 hombres. Así es que durante meses se dedica a reforzar su ejército
para la campaña próxima, que por supuesto la creía vital pero con sus plazos.
Mientras
hace su idea, Belgrano le propone a Goyeneche, quien estaba al mando de los
ejércitos realistas de Potosí, que le permita a los pueblos del Alto Perú
elegir diputados para viajar a la asamblea de la Buenos Aires libre (la del año
XIII). La respuesta del americano que pelea por la corona es la paz a cambio
del reconocimiento de las Cortes de Cádiz. Lo que es decir reconocer la
permanencia del poder español en América, aunque ya no fuera en favor de
Fernando VII. Belgrano rechaza el ofrecimiento.
Lo
interesante del intercambio de proposiciones es que hay la intención de una
salida negociada, sin combate. En Belgrano se sustentaba en su creencia de que
muchos jefes de las fuerzas españolas podían ser ganados para el bando
patriota. Algo que no era descabellado. La realidad de las sociedades tucumana
y salteñas es que al momento del avance de la revolución de mayo hacia su
región, las simpatías y los apoyos variaban a uno y otro bando, y generalmente
tenían que ver con los propios intereses económicos y políticos de sus elites.
Incluso los hombres no encumbrados en el escalafón social podían comportarse de
manera distinta en diferentes momentos de los acontecimientos.. El propio
Belgrano sabía que su paso por los pueblos no era aclamado en todos los casos,
habiendo muchas veces indiferencia o abierta desconfianza. Para muchos era una
revolución de Buenos Aires, lejana a sus asuntos y poco confiable de que los
favoreciera dejar de reconocerse bajo el imperio hispano.
Hasta 1814 el curso del proceso
emancipador debería tropezar con esa ambigüedad de los habitantes del antiguo
virreinato.
A
eso hay que sumar los pobres y desalentadores resultados de los procesos de
independencia en las otras regiones de la América española. Casi todos
derrotados y rearmado el lazo colonial. Muerte, destrucción, desolación: poca
ganancia de la prometida por los libertarios, entre ellos Miranda y Bolivar.
Finalmente,
y aunque Buenos Aires había mandado menos refuerzos de los que Belgrano
solicitara, el General emprende el 12 de enero la marcha hacia Salta.
En
un primer momento Tristán se ve sorprendido por el avance patriota en plena
temporada de lluvias. Cree que sólo se trata de una parte del ejército enemigo,
una avanzada de reconocimiento. El 13 de febrero tras un mes de marcha las
tropas de 3000 hombres (mil menos) llegan al río Pasaje. Allí Belgrano pide el
juramento de fidelidad a la Asamblea General Constituyente que ha inaugurado
sus sesiones en Buenos Aires. Enarbola una bandera que ya no será una bandera
española, como venían utilizando, aunque todavía se discute si era la insignia
celeste y blanca creada en Rosario, o una blanca con el escudo de la Asamblea.
Lo que realmente importaba era el simbolismo de marcar la diferencia entre
españoles y criollos. Imbuir de fervor patriótico a poblaciones que eran
proclives a ver todo como una disputa entre Buenos Aires y Lima. Hacer de la
guerra un sentimiento popular ligado a valores de libertad y soberanía sobre el
destino propio.
La
batalla de Salta fue pensada por los realistas como un choque frontal, para tal
efecto Tristán fortificó el acceso a la ciudad entre dos cerros en El
Portezuelo. No salió como esperaba el realista. Ya que el capitán Apolinario
Saravia, salteño, conocía un paso en la Quebrada de Chachapoyas que le permitió
a Belgrano rodear al enemigo y llegar por detrás de él. El plan de Tristán estaba
aniquilado. Por el campo de Castañares, en el norte de la ciudad de Salta,
llegó el ejército patriota para deshacer las tropas realistas. Cosa que en un
primer asalto no ocurrió ya que fue rechazado el mismo, pero sí cuando Manuel
Dorrego cargó con su reserva y quebró la línea de las fuerzas de Tristán, que
se retiró hacia el interior de la ciudad de Salta.
El
epílogo de la batalla muestra a un Tristán que comprende que no puede
reorganizar una fuerza que logre detener al ejército de Belgrano. Un emisario
llega donde el General patriota buscando una salida con capitulación. “Dígale
usted a su general que se despedaza mi corazón al ver derramada tanta sangre
americana: que estoy pronto a otorgar una honrosa capitulación, que haga cesar
inmediatamente el fuego en todos los puntos que ocupan sus tropas, como yo voy
a mandar que se haga en todos los que ocupan las mías”.
La
batalla de Salta del 20 de febrero de 1813 significa uno de los hitos militares
más importantes del proceso emancipador. También es la muestra de que las
elites locales, aún siendo poderosas y estando sus intereses económicos en
juego, podían reaccionar posicionándose en favor de la Revolución. Si bien hubo
ambigüedades e indecisiones, también apoyos decisivos para la victoria de
Belgrano. La rendición de Tristán, las condiciones quizá poco severas que
otorgó Belgrano (tras entregar las armas, y previo juramento de no volver a
levantar las armas contra las Provincias Unidas hasta los límites del
Desaguadero, fueron dejados libres, retornando al Alto Perú. La guarnición de
Jujuy también pudo regresar.), ha despertado críticas en la historiografía
posterior, pensando en las posibilidades perdidas de sojuzgar con autoridad y
generando una impresión en el enemigo, y un mejor contexto para lo que vendría.
En
lo sucesivo la creencia y la ilusión de una llegada al Alto Perú avanzando por
el norte, se desvanecerán con el fortalecimiento del poder realista tras la
restitución del poder real en la península. El general San Martín lo
comprenderá antes que nadie. El general Güemes responderá con patriotismo,
hidalguía, y sus guerrillas gauchas, al nuevo plan de liberar el Alto Perú que
trazará el general del Ejército de los Andes.
Finalmente lo que no pudo hacerse en
la asamblea de aquel 1813, con un poder español desguazado y en declinación, se
hará en aquella asamblea en Tucumán en 1816, y ante una España recuperada y
decidida a defender su imperio.
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