Andrea Bragas, Joaquín Piriz y Sergio Szajnman son tres de los 850 científicos repatriados hasta el momento. El exilio, los pros y contras del regreso, y cómo se reconstruye el sistema científico argentino.
La tele prendida en el canal internacional. La imagen devolvía humo, golpes, represión policial, saqueos, cacerolas y una Argentina en llamas. Andrea Bragas estaba en los Estados Unidos perfeccionando su carrera de Ciencias Físicas en la Universidad de Michigan, pero se preocupaba a la distancia por el país que había dejado y al que debía volver. En 2000 Andrea hizo sus valijas, se llevó a su familia y viajó con una beca del Conicet y con un compromiso de retorno firmado. "La expectativa de la vuelta era complicada, en esa época, por inercia, te hacían firmar un compromiso de retorno, pero no te aseguraban el trabajo. Estaba cerrada la carrera de investigador, así que volvías y no sabías a qué", recuerda la física.
Por esos años, de corralito, cacerolazos y escraches, Joaquín Piriz, licenciado en Ciencias Biológicas de la UBA, veía su futuro laboral muy acotado y sabía que tenía que traspasar las fronteras si quería trascender. Así que decidió buscar su camino en el extranjero después de graduarse en 2002. En España hizo un doctorado en Medicina con especialidad en Neurociencias y siguió perfeccionándose luego en los Estados Unidos. "Me tocó enfrentar el doctorado cuando se sabía que todo era incertidumbre, así que sabías que te tocaba hacerlo afuera. Todos se iban como opción uno; era una cuestión de perspectiva, porque la idea de hacer ciencia en la Argentina era lo que estaba equivocado, era tratar de hacer algo con el rechazo del sistema general. Era casi una decisión al momento de empezar a estudiar, en ese entonces, porque sabías que te estabas metiendo en un sistema que, al final, te iba a terminar echando", confiesa Piriz.
Sergio Szajnman logró empezar el doctorado en Ciencias Químicas en 2001 en la UBA porque tenía un cargo en la universidad, pero sabía que debía salir a incorporar conocimientos de otros lugares. "Terminé el doctorado y desde que empecé sabía que quería ir a hacer un perfeccionamiento afuera. Había estado en los Estados Unidos un par de meses y sabía que no quería estar ahí, por la forma de vida, y justo vino un profesor alemán, me salió la beca y me fui. Pero mi idea era, siempre, volver", reconoce.
Aunque en diferentes oleadas, los tres forman parte de los 850 científicos e investigadores repatriados que están desarrollando aportes para la sociedad argentina.
Crisis y regreso. Hubo años de mucho vapuleo para la ciencia argentina, que provocó una importante fuga de cerebros. Los mayores receptores de las mentes nacionales fueron Europa (principalmente España, Alemania y Francia) y los Estados Unidos. Esto recién tuvo una reacción por parte del Estado nacional en 2003 con el programa "Raíces" (Red de Argentinos Investigadores y Científicos en el Exterior).
Aunque el proceso comenzó mucho antes de 2001, la fuga de cerebros se acentuó con la crisis generalizada del país. Incluso, muchos de los becados que estaban estudiando afuera, sufrieron las consecuencias, a la distancia, de esa Argentina en llamas. Con el corralito, el Estado dejó de enviarles dólares, por lo que aquellos que dependían sólo de la beca nacional no tenían ni para pagar el alquiler. A esto se sumó que los familiares no podían enviarles dinero porque no se podían sacar divisas. Fueron momentos complicados para los investigadores.
Unos meses antes de que Andrea Bragas comenzara su regreso vislumbró una luz de esperanza en su futuro. "Yo tenía la idea de volver, lo que no sabía era si iba a tener trabajo. Cuando en 2002 les decía a mis compañeros que volvía, y a lo mucho que podía aspirar era a ganar 300 dólares, me decían que yo estaba loca. Hoy ganamos 2.500 dólares -destaca-. En 2003 empezó a cambiar todo; la primera vez en la vida que yo escucho que un presidente nombra en sus discursos al Conicet. Entonces, eso daba confianza, porque tantos años de palos, uno no sabe si puede confiar".
Bragas fue de las primeras en volver, en 2004, con uno de los programas que hoy están bajo la órbita de "Raíces". El programa cuenta con una base de datos de 4.500 investigadores y técnicos en el exterior, sin embargo, se estima que hay unos 6.000. Hasta el momento, ha logrado reinsertar en la Argentina a 850 profesionales, lo que representa el 13 por ciento. Entre ellos están Bragas, Piriz y Szajnman. La primera volvió para desarrollar instrumentos ópticos para poder ver el mundo nano. El caso del neurofisiólogo asistente investigador del IFIByNE, Joaquín Piriz, está tratando de caracterizar los circuitos neuronales que generan ciertos comportamientos, por ejemplo, actualmente investiga los circuitos responsables de la adicción a la cocaína y cómo los ritmos de luz-oscuridad modifican cuánto tiempo dura la memoria. Sergio Szajnman, que es químico orgánico, estudia inhibidores de Tripanosoma cruzi (Chagas) y otras enfermedades parasitarias. Además, está investigando la síntesis de inhibidores de una enzima llamada HSP90, que podría servir para terapias contra el cáncer.
–¿Qué los decidió a volver al país?
Andrea Bragas: –Cuando estás afuera del país, ponés en la balanza si es atractivo o no es atractivo volver; en este momento es atractivo volver.
Sergio Szajnman: –Si bien afuera hay un montón de posibilidades, vas a tener un techo o te va a ser muy difícil alcanzar lo que puedas alcanzar acá. Acá, por ahí podés llegar a ser profesor o vas a apuntar a un perfil mucho más alto, porque afuera son proteccionistas. Al menos en Alemania.
A.B.: – En los Estados Unidos es diferente, ahí tienen la virtud de quedarse con la mejor "cream de la cream" de todo el mundo y ponerlo en las posiciones de poder, no es Europa, así que ahí es más peligroso para cualquier país. Acá tenés más posibilidades de proyección, no sólo porque podés ser profesor sino porque podés servir a tu sociedad y hacer la diferencia.
–¿El perfil del científico argentino que estudia afuera es retornar al país?
Joaquín Piriz: –Yo terminé la carrera y me fui a hacer el doctorado. Decidí volver después de estar un año en Estados Unidos, cuando ya estaba terminando la etapa y tenía que decidir si volver a España, donde había hecho el doctorado, o volver acá. Por como estaban dadas las ofertas por parte del gobierno argentino y por la precariedad crónica del sistema científico español, me decidí a volver. Aparte que siempre había tenido la idea de que me gustaría hacer ciencia en la Argentina, se dieron las posibilidades. Lo del gobierno argentino, de ofrecer un trabajo real a un investigador formado, es algo muy atractivo. El punto de generar estabilidad es crucial. Al mismo tiempo es una apuesta muy fuerte, porque una persona que vuelve, que estuvo una cantidad de años afuera y tiene que reinsertarse en un trabajo fijo, tiene que empezar a producir.
–¿Se trabaja más cómodo en la Argentina?
A.B.: –En cuanto al trabajo cotidiano, no. Se trabaja muy bien en un laboratorio extranjero, pero tu vida pasaba por un montón de otras cosas: tus afectos, tu familia.
S.S.: –El nivel de vida que yo tenía es indescriptible, lo mires por donde lo mires. Yo tenía una beca del gobierno alemán, vivía en Munich que es una ciudad que, en cuanto a calidad de vida, es una cosa increíble. En el laboratorio estaba súper bien, lo único que tenía que hacer era solucionar el problema que estaba investigando. Vivir así es fantástico, pero después te pasa que cualquier cosa que vos hacés sos un extranjero.
–¿Como fue el primer día de trabajo en la Argentina?
J.P.: –A mí me encantó. Yo llegué, volví a la facultad después de siete años, y estaban tocando el bombo en la puerta porque había una pelea de Coneau sí Coneau no. Y dije: "¡ah, volví a casa!". Después te tenés que empezar a adaptar.
S.S.: –Venís con malos hábitos de afuera, en el sentido de que te acostumbrás a que las cosas funcionan muy bien. Aunque en seguida volvés a pelear con esas cosas de siempre. Pero eso también hace que cuando vas afuera, hacés una diferencia.
–Entonces, ¿estamos lejos de alcanzar los niveles del primer mundo?
J.P.: –Se está reconstruyendo el sistema científico y no hay que ser hipócritas en eso, se partió de un piso bajísimo, que se está empezando a reconstruir. A mí me gusta la sensación de no impunidad que se tiene acá con respecto al manejo de fondos. Los laboratorios del primer mundo funcionan con mucha más plata que acá, con lo cual uno puede gastar sin pensar en lo que está gastando. Acá hay que pensar en lo que se gasta, pero eso está bien porque es un país que tiene un sistema de desigualdad social muy grande, donde hay mucha gente pobre, entonces no se pueden manejar los fondos de manera irresponsable.
La tele prendida en el canal internacional. La imagen devolvía humo, golpes, represión policial, saqueos, cacerolas y una Argentina en llamas. Andrea Bragas estaba en los Estados Unidos perfeccionando su carrera de Ciencias Físicas en la Universidad de Michigan, pero se preocupaba a la distancia por el país que había dejado y al que debía volver. En 2000 Andrea hizo sus valijas, se llevó a su familia y viajó con una beca del Conicet y con un compromiso de retorno firmado. "La expectativa de la vuelta era complicada, en esa época, por inercia, te hacían firmar un compromiso de retorno, pero no te aseguraban el trabajo. Estaba cerrada la carrera de investigador, así que volvías y no sabías a qué", recuerda la física.
Por esos años, de corralito, cacerolazos y escraches, Joaquín Piriz, licenciado en Ciencias Biológicas de la UBA, veía su futuro laboral muy acotado y sabía que tenía que traspasar las fronteras si quería trascender. Así que decidió buscar su camino en el extranjero después de graduarse en 2002. En España hizo un doctorado en Medicina con especialidad en Neurociencias y siguió perfeccionándose luego en los Estados Unidos. "Me tocó enfrentar el doctorado cuando se sabía que todo era incertidumbre, así que sabías que te tocaba hacerlo afuera. Todos se iban como opción uno; era una cuestión de perspectiva, porque la idea de hacer ciencia en la Argentina era lo que estaba equivocado, era tratar de hacer algo con el rechazo del sistema general. Era casi una decisión al momento de empezar a estudiar, en ese entonces, porque sabías que te estabas metiendo en un sistema que, al final, te iba a terminar echando", confiesa Piriz.
Sergio Szajnman logró empezar el doctorado en Ciencias Químicas en 2001 en la UBA porque tenía un cargo en la universidad, pero sabía que debía salir a incorporar conocimientos de otros lugares. "Terminé el doctorado y desde que empecé sabía que quería ir a hacer un perfeccionamiento afuera. Había estado en los Estados Unidos un par de meses y sabía que no quería estar ahí, por la forma de vida, y justo vino un profesor alemán, me salió la beca y me fui. Pero mi idea era, siempre, volver", reconoce.
Aunque en diferentes oleadas, los tres forman parte de los 850 científicos e investigadores repatriados que están desarrollando aportes para la sociedad argentina.
Crisis y regreso. Hubo años de mucho vapuleo para la ciencia argentina, que provocó una importante fuga de cerebros. Los mayores receptores de las mentes nacionales fueron Europa (principalmente España, Alemania y Francia) y los Estados Unidos. Esto recién tuvo una reacción por parte del Estado nacional en 2003 con el programa "Raíces" (Red de Argentinos Investigadores y Científicos en el Exterior).
Aunque el proceso comenzó mucho antes de 2001, la fuga de cerebros se acentuó con la crisis generalizada del país. Incluso, muchos de los becados que estaban estudiando afuera, sufrieron las consecuencias, a la distancia, de esa Argentina en llamas. Con el corralito, el Estado dejó de enviarles dólares, por lo que aquellos que dependían sólo de la beca nacional no tenían ni para pagar el alquiler. A esto se sumó que los familiares no podían enviarles dinero porque no se podían sacar divisas. Fueron momentos complicados para los investigadores.
Unos meses antes de que Andrea Bragas comenzara su regreso vislumbró una luz de esperanza en su futuro. "Yo tenía la idea de volver, lo que no sabía era si iba a tener trabajo. Cuando en 2002 les decía a mis compañeros que volvía, y a lo mucho que podía aspirar era a ganar 300 dólares, me decían que yo estaba loca. Hoy ganamos 2.500 dólares -destaca-. En 2003 empezó a cambiar todo; la primera vez en la vida que yo escucho que un presidente nombra en sus discursos al Conicet. Entonces, eso daba confianza, porque tantos años de palos, uno no sabe si puede confiar".
Bragas fue de las primeras en volver, en 2004, con uno de los programas que hoy están bajo la órbita de "Raíces". El programa cuenta con una base de datos de 4.500 investigadores y técnicos en el exterior, sin embargo, se estima que hay unos 6.000. Hasta el momento, ha logrado reinsertar en la Argentina a 850 profesionales, lo que representa el 13 por ciento. Entre ellos están Bragas, Piriz y Szajnman. La primera volvió para desarrollar instrumentos ópticos para poder ver el mundo nano. El caso del neurofisiólogo asistente investigador del IFIByNE, Joaquín Piriz, está tratando de caracterizar los circuitos neuronales que generan ciertos comportamientos, por ejemplo, actualmente investiga los circuitos responsables de la adicción a la cocaína y cómo los ritmos de luz-oscuridad modifican cuánto tiempo dura la memoria. Sergio Szajnman, que es químico orgánico, estudia inhibidores de Tripanosoma cruzi (Chagas) y otras enfermedades parasitarias. Además, está investigando la síntesis de inhibidores de una enzima llamada HSP90, que podría servir para terapias contra el cáncer.
–¿Qué los decidió a volver al país?
Andrea Bragas: –Cuando estás afuera del país, ponés en la balanza si es atractivo o no es atractivo volver; en este momento es atractivo volver.
Sergio Szajnman: –Si bien afuera hay un montón de posibilidades, vas a tener un techo o te va a ser muy difícil alcanzar lo que puedas alcanzar acá. Acá, por ahí podés llegar a ser profesor o vas a apuntar a un perfil mucho más alto, porque afuera son proteccionistas. Al menos en Alemania.
A.B.: – En los Estados Unidos es diferente, ahí tienen la virtud de quedarse con la mejor "cream de la cream" de todo el mundo y ponerlo en las posiciones de poder, no es Europa, así que ahí es más peligroso para cualquier país. Acá tenés más posibilidades de proyección, no sólo porque podés ser profesor sino porque podés servir a tu sociedad y hacer la diferencia.
–¿El perfil del científico argentino que estudia afuera es retornar al país?
Joaquín Piriz: –Yo terminé la carrera y me fui a hacer el doctorado. Decidí volver después de estar un año en Estados Unidos, cuando ya estaba terminando la etapa y tenía que decidir si volver a España, donde había hecho el doctorado, o volver acá. Por como estaban dadas las ofertas por parte del gobierno argentino y por la precariedad crónica del sistema científico español, me decidí a volver. Aparte que siempre había tenido la idea de que me gustaría hacer ciencia en la Argentina, se dieron las posibilidades. Lo del gobierno argentino, de ofrecer un trabajo real a un investigador formado, es algo muy atractivo. El punto de generar estabilidad es crucial. Al mismo tiempo es una apuesta muy fuerte, porque una persona que vuelve, que estuvo una cantidad de años afuera y tiene que reinsertarse en un trabajo fijo, tiene que empezar a producir.
–¿Se trabaja más cómodo en la Argentina?
A.B.: –En cuanto al trabajo cotidiano, no. Se trabaja muy bien en un laboratorio extranjero, pero tu vida pasaba por un montón de otras cosas: tus afectos, tu familia.
S.S.: –El nivel de vida que yo tenía es indescriptible, lo mires por donde lo mires. Yo tenía una beca del gobierno alemán, vivía en Munich que es una ciudad que, en cuanto a calidad de vida, es una cosa increíble. En el laboratorio estaba súper bien, lo único que tenía que hacer era solucionar el problema que estaba investigando. Vivir así es fantástico, pero después te pasa que cualquier cosa que vos hacés sos un extranjero.
–¿Como fue el primer día de trabajo en la Argentina?
J.P.: –A mí me encantó. Yo llegué, volví a la facultad después de siete años, y estaban tocando el bombo en la puerta porque había una pelea de Coneau sí Coneau no. Y dije: "¡ah, volví a casa!". Después te tenés que empezar a adaptar.
S.S.: –Venís con malos hábitos de afuera, en el sentido de que te acostumbrás a que las cosas funcionan muy bien. Aunque en seguida volvés a pelear con esas cosas de siempre. Pero eso también hace que cuando vas afuera, hacés una diferencia.
–Entonces, ¿estamos lejos de alcanzar los niveles del primer mundo?
J.P.: –Se está reconstruyendo el sistema científico y no hay que ser hipócritas en eso, se partió de un piso bajísimo, que se está empezando a reconstruir. A mí me gusta la sensación de no impunidad que se tiene acá con respecto al manejo de fondos. Los laboratorios del primer mundo funcionan con mucha más plata que acá, con lo cual uno puede gastar sin pensar en lo que está gastando. Acá hay que pensar en lo que se gasta, pero eso está bien porque es un país que tiene un sistema de desigualdad social muy grande, donde hay mucha gente pobre, entonces no se pueden manejar los fondos de manera irresponsable.
Por Melisa Miranda Castro
Fuente:7 Días.
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