La historia nunca se repite dos veces igual. La trayectoria que sigue el Covid-19 en la Argentina no se parece a ninguna de las que hemos visto (China, España, Italia, Estados Unidos, Suecia, Brasil, México, Irán, Rusia). Tampoco los pronósticos aciertan, ya que siguen sin tomar en cuenta el papel de los comportamientos sociales, sus cambios en el tiempo o las características de cada sociedad.
Logros y problemas de la cuarentena temprana
El establecimiento de una cuarentena temprana en la Argentina (producto de la demora en la llegada del virus) permitió fortalecer un sistema de salud devastado, evitando decenas de miles de muertes de abril a julio. También acumular conocimiento, lo cual mejora los tratamientos y baja la tasa de letalidad.
Pero no se logró detener el ciclo de propagación. Poco ayudó en ello la insistente felicitación de las autoridades políticas argentinas a una población que en el AMBA fue multiplicando la circulación desde bastante temprano. Eso solo pareció cambiar en la penúltima conferencia de prensa, donde el Presidente, ante una pregunta de los medios, mostró por primera vez enfado y preocupación.
En las primeras semanas se ralentizó mucho la propagación, pero jamás se logró que los casos bajaran en el AMBA, aunque sí en casi todo el resto del país. La eficacia de las cuarentenas no radica en su extensión en el tiempo sino en su carácter estricto. Con un ciclo de vida del virus de 2 a 3 semanas, para lograr reducir la propagación del contagio se requiere detener muy significativamente la circulación de población por dicho período, algo que ciudades con menos casos iniciales pudieron efectivizar pero nunca se logró en el AMBA.
Al producirse una apertura muy amplia antes del pico, se generó en la Argentina un efecto casi único, construyendo una representación de que «lo peor ya pasó» justo en el momento en que «lo peor está por venir». Ello dificulta el registro perceptivo social del aumento de los contagios, contribuyendo de ese modo a las estrategias de negación psíquica. Cuando las muertes están aquí, los medios de comunicación (y con ellos las representaciones colectivas) ya no se centran en la visibilización de los casos sino en el hastío ante la cuarentena y los modos de salir de la misma.
Esto vuelve complejo e incierto pronosticar el desarrollo de la pandemia en el país en los meses por venir hasta la producción de la vacuna.
Las madres patrias lo lograron
Países con comportamientos de sectores medios similares a los argentinos (España e Italia) lograron controlar el crecimiento vertiginoso de los contagios no solo por las cuarentenas sino por la comprensión de la necesidad de cumplirlas por parte de la población. Esto solo ocurrió al superar las decenas de miles de muertos, cuando cada familia se encontró con un caso conocido que había tenido dificultades para acceder a la atención por el colapso del sistema de salud y con los gritos de las autoridades políticas en los medios intentando hacer comprender a la sociedad la magnitud de la crisis sanitaria. El investigador Roberto Etchenique ha bautizado a este efecto «inmunidad de cagazo» y, pese a que existen términos más amables, creo que ninguno condensa la potencia del lunfardo argentino para dar cuenta de su incidencia en los comportamientos.
Pero esa «inmunidad de cagazo» se basó en respuestas sociales que no se observan en nuestro país: visibilidad y personalización de las víctimas, presencia mediática de los casos, indignación popular ante la muerte.
Habiendo superado los 200 decesos diarios, el prime time mediático no parece estar dominado por la enfermedad sino por la reapertura de actividades y un clima de «post-pandemia» que no se condice con ninguna de las cifras existentes: ocupación de camas en terapia intensiva, niveles de duplicación de casos y duplicación de muertes. El R de 1,0x que publicita Fernán Quirós no se condice con ninguno de los otros indicadores y, siempre que sea superior a 1 implica la continuidad del crecimiento de casos, más allá del debate sobre su velocidad.
Algunos números
A diferencia de lo ocurrido en lugares que han tenido picos muy altos como Estados Unidos, Brasil o México, la tasa de duplicación de muertes en la Argentina no baja desde el mes de mayo. Dicha duplicación de muertes es cercana a 20 días (25 en los mejores momentos, 21 esta última semana), en tanto que han subido a 91 días en Estados Unidos, a 46 en Brasil y a 44 en México y a niveles mucho más altos en España e Italia.
Esto muestra que las conductas de resguardo que existieron en algunos países (con o sin cuarentena) no parecen estar ocurriendo en la Argentina, con lo que resulta un ejercicio de confianza en los hados del destino suponer que sin cambio alguno la tasa de duplicación de muertes en la Argentina bajará.
De seguir la corriente que lleva desde mayo, las muertes en la Argentina llegarían a 10.000 el 1° de septiembre, 20.000 el 22 de septiembre, 40.000 el 13 de octubre y 80.000 el 3 de noviembre. Los matemáticos siguen alertando sobre el sentido de la expresión «crecimiento exponencial» pero parece que el resto de los argentinos no queremos comprender.
Uno de los exponentes de dicha argentinidad (el exquisito escritor e irresponsable opinólogo Jorge Asís) hablaba de «muertos imaginarios» y pronosticaba apenas hace dos meses que los decesos por Covid-19 «no superarían los 500». Más allá de no haberse retractado nunca ni ofrecido disculpas a las familias de los deudos, la continua irresponsabilidad de Asís (que ahora habla de «muertos al tuntún») ilustra las dificultades para comprender el sentido del término «exponencial».
Las lógicas de la negación
Atravesadas las etapas de «acá no va a llegar», «es una gripe» o «los muertos son imaginarios», los mecanismos de defensa y los procesos de negación psíquica que llevan a no querer confrontar la realidad se han transmutado en formas de naturalización. Aun cuando cada vez resistan menos las comparaciones con los muertos anuales por enfermedades respiratorias (algo más de 30.000) o accidentes de tránsito (algo más de 6.000), se trata de fenómenos muy distintos al Covid-19 en su capacidad de prevención, distribución en el tiempo, colapso del sistema de salud o secuelas desconocidas. Los muertos por Covid siguen siendo un número abstracto que crece (como el de la inflación o el precio del dólar), desgajado de la posibilidad de personalización, algo que explica la naturalización de la muerte en otros contextos históricos como guerras o genocidios.
Todas las noches son un número del reporte oficial, pero los testimonios de los contagiados o las familias de los fallecidos no aparecen. Los muertos no tienen nombre ni rostro. Al igual que en otras prácticas sociales, se escamotea su identidad. Ello conspira contra la «inmunidad de cagazo». La continuidad de la felicitación a la población (que no cumple el distanciamiento), articulada con un discurso de restablecimiento de la normalidad van relajando incluso las escasas medidas que se habían logrado (utilización de barbijos, respeto de las distancias) generando que la tasa de duplicación de contagios y de muertes continúe estable, con su consiguiente efecto exponencial en la acumulación de muertos.
Las conductas, consecuencia de las representaciones
La naturalización de procesos de carácter social ha jugado una y otra vez en contra de cualquier estrategia exitosa para combatir al Covid en la Argentina y parece seguirlo haciéndolo. Desde creer que «el pico llega» hasta confiar en la «inmunidad de cagazo», se asume que porque ciertos procesos ocurrieron en otros lugares también ocurrirán aquí, sin reparar en que la causa de su ocurrencia responde a la transformación de prácticas sociales que aquí no se dan.
Los picos no «llegan» sino que «se generan». Para generar un pico se requiere que el contagio tienda a bajar. Ello solo ocurrirá cuando se logre un distanciamiento eficaz o cuando un amplísimo porcentaje de la población se encuentre contagiada. El primer requisito no se ha logrado en la Argentina y para el segundo se desconoce cual es el nivel de contagio requerido (las hipótesis del 10% no se han verificado en ningún país y los trabajos más confiables hablan de niveles cercanos al 60%, muy lejos de la realidad actual). Implicaría también aceptar el colapso del sistema de salud y un número de muertes que no sería menor a las varias decenas de miles y que podría llegar también a las seis cifras si la exponencialidad no se detiene antes de fin de año. Sin hablar del stress y sufrimiento del personal de salud, que se encuentra en límites extremos.
La transformación de las prácticas sociales (por ejemplo, la «inmunidad de cagazo») tampoco es natural sino que responde a representaciones. Por ejemplo: aceptar que nuestra vida o la de nuestros seres queridos puede estar en peligro o que el valor de dichas vidas es superior al confort, la libertad de desplazamiento, las necesidades psíquicas, el ejercicio, etc.
En el caso de los sectores más postergados, requiere una mayor intervención estatal ya que la falta de los medios necesarios para la subsistencia también pone en riesgo la vida. El riesgo del hambre aparece como más concreto y conocido que el del Covid, que solo se registra cuando resulta tarde, en el intento de acceder a una atención en un sistema de salud colapsado. Y la asistencia brindada a los más necesitados no resulta suficiente.
Lo que se viene
Se vienen meses muy difíciles. El aumento continuo de casos en el AMBA se suma a la propagación en el resto del país. La confianza en que «ya llega el pico» o que se dará la «inmunidad de cagazo» parecen apelaciones metafísicas y no lineamientos para la acción. Ni los picos ni los cagazos se producen solos. Requieren acciones sociales y estas implican transformaciones en nuestras representaciones de la realidad y, recién a partir de ello, en nuestras conductas.
La Argentina se ubicó esta semana en el top 25 de muertes por la pandemia y sigue escalando posiciones, con una de las tasas de duplicación más altas del mundo. Ya perdimos la oportunidad de una «trazabilidad a la argentina» (que se reclamaba en estas mismas páginas desde abril), opción que solo existe ahora para las localidades con menos de 50 a 100 contagios diarios.
Las pandemias involucran acciones humanas. A diferencia de la lluvia, no llegan ni se van sin que logremos transformar la lógica de esas acciones.
Ojalá esta vez sí seamos capaces de comprenderlo.
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